3 cosas que aprendí siendo una principiante
Dios nos ha dado un cerebro maravilloso que sigue aprendiendo
Por Adaía Sánchez
Cuando era pequeña tuve pocas oportunidades de jugar deportes con pelotas. En las contadas experiencias en las que participé, mis movimientos eran torpes, me golpeaban balones en la cara y mis compañeros de equipo se frustraban ante mi falta de habilidad.
No era para nada divertido, así que me rendí y adopté, como parte de mi identidad, la creencia de que simplemente no se me daban los deportes con balones.
A cualquiera que me conoce bien le parecerá increíble que a mis 28 años estoy aprendiendo a jugar futbol por primera vez. Decidí intentarlo en esta época de pandemia, ya que era una manera de conectar con mi esposo, que es amante de este deporte.
También lo vi como una buena oportunidad para realizar una actividad física por el simple hecho de moverme, dejando de lado las expectativas de quemar calorías o de alcanzar cierto progreso.
Por lo general, en nuestras rutinas de ejercicio corremos el riesgo de enfocarnos demasiado en los resultados, tanto que nuestra satisfacción y gozo se da 100% en función de qué tan bien nos desempeñamos.
Quizá es por esto que, cuando se trata de ejercitarnos, muchas veces buscamos las opciones en las que nos sentimos más confiadas, en las que tenemos más destreza o menos probabilidades de fallar.
En mi propia experiencia como una principiante en el futbol, he aprendido tanto que estoy convencida de que vale la pena arriesgarse e intentar cosas nuevas. A continuación comparto 3 cosas que descubrí:
1. Es posible enfrentar nuestros miedos.
Mi miedo a los balones es real. Mi primera reacción es taparme la cara y hacerme bolita para evitar que me caigan encima. Pero, en el fondo, creo que mi miedo a hacer el ridículo o a no ser buena en algo, es todavía mayor.
Estos entrenamientos han sido la oportunidad perfecta para enfrentar mis temores. Es incómodo y frustrante cuando «no doy una» en el juego, pero he aprendido a no tomármelo tan en serio, a reírme más de mí misma, a no ser tan dura conmigo y a celebrar los pequeños avances, por mínimos que parezcan.
2. Los fracasos no nos definen.
Sin darme cuenta, por muchos años permití que la creencia de que no era buena con los balones me limitara y me mantuviera al margen de muchas experiencias que pudieron haber sido divertidas y enriquecedoras.
Todavía hay días en que pienso: «Nunca podré hacerlo bien» pero la realidad es que sí he avanzado. El esfuerzo físico que hago cada día, a pesar de mis fallas, está dando fruto. Estoy comenzando a disfrutar el proceso y no solo los goles.
3. Mi cuerpo está diseñado para hacer esto y más.
Al principio veía imposible el poder adquirir las habilidades físicas para este deporte a estas alturas de mi vida. Pero al paso de las semanas me di cuenta de dos cosas:
La primera es que todo el movimiento del cuerpo se basa en las mismas reglas. Por muchos años entrené como bailarina de ballet, una disciplina muy diferente al futbol. No obstante, ambas comparten algunas cosas. Por ejemplo: la posición y fuerza de los pies, poner todo tu peso en un solo pie para tener el otro libre y usar el movimiento de los brazos para obtener más impulso.
Incluso los movimientos más complejos se basan en otros más sencillos que usamos en la vida diaria al caminar, brincar, sentarnos, sostener cosas y más. Entonces si contamos con la capacidad de hacer los más básicos, es casi seguro que tenemos el potencial de aprender otros más avanzados.
Lo segundo es que tuve que aprender muchas habilidades nuevas que no había desarrollado intencionalmente por mucho tiempo, como la velocidad de reacción. Comprendí que el hecho de que no haya ejercitado esta función por un largo rato, no implica que soy mala para hacerlo.
Además, desarrollar mi velocidad de reacción trae muchos beneficios para la vida diaria: más agilidad mental, tener buenos reflejos y evitar accidentes desde tazas rotas hasta lesiones severas.
Dios nos ha dado un cerebro maravilloso que sigue aprendiendo y cambiando durante toda nuestra vida. Esto nos abre la posibilidad de cultivar cosas nuevas y diferentes que quizá nunca nos imaginamos.
Para algunas de nosotras esto puede implicar tomar una clase de ejercicio por primera vez o incursionar en una disciplina artística como la danza, si es que solo hemos practicado deportes. Sea cual sea nuestro siguiente paso, no nos amedrentemos por nuestro miedo al fracaso. Ser principiante trae sus propios beneficios.
No aspiro a ser una jugadora profesional pero sí a no vivir limitada por mis temores. Dios me ofrece libertad aun en esto.
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La osteoporosis se puede prevenir
Algunas acciones que podemos implementar
Por la Dra. Carla García Blumenkron
La osteoporosis es una enfermedad en la que se presenta pérdida de tejido óseo, lo cual significa que los huesos se vuelven porosos y frágiles. Por lo general, afecta más a las mujeres después de la menopausia. Sin embargo, se han visto casos en mujeres jóvenes, por lo que es importante mantener una adecuada densidad mineral ósea durante toda nuestra vida.
Las causas pueden ser: la predisposición genética, un estilo de vida sedentario, la menopausia, bajo peso y baja estatura.
Los síntomas son: dolor óseo, deformación y acortamiento de los huesos y vértebras o reducción de la movilidad y fracturas espontáneas.
Puede ser que no detectemos la osteoporosis en fases tempranas, ya que las fracturas (que son el principal síntoma) se presentan cuando ya existe una disminución importante de la densidad mineral ósea y la enfermedad ha avanzado. Por esa razón es importante realizarse estudios de densitometría ósea de columna y cadera de forma periódica, especialmente a partir de la menopausia.
Esta enfermedad se puede prevenir y controlar ya que gracias a Dios, en la actualidad existen varios tratamientos disponibles.
Algunas acciones que podemos implementar desde ahora para prevenir la osteoporosis son: evitar fumar y el consumo excesivo de alcohol y café, buscar una exposición moderada al sol y mantener un peso saludable. Lo principal es tener una dieta rica en calcio y vitamina D, y hacer ejercicio apropiado según nuestra edad.
Estas dos prácticas son básicas para fortalecer nuestros huesos:
1. Ejercicio físico
La estimulación a nivel celular de la formación de los huesos, se puede lograr mediante el ejercicio físico regular. Algunas actividades que nos pueden ayudar son: pilates, natación, yoga y rutinas con peso.
Al principio, la fuerza que realizamos con nuestro propio peso del cuerpo es suficiente para nuestros huesos. Para cargar mayor peso es necesario que sea bajo la supervisión de un entrenador el cual sabrá añadir lo adecuado para cada necesidad.
2. Alimentación
Todos los alimentos ricos en calcio nos ayudan a mantener huesos fuertes. El calcio no solo se encuentra en los lácteos. Muchos otros alimentos lo contienen, por ejemplo: el brócoli, almendras, col rizada (kale), linaza, espinaca, kiwi, salmón, higo, avena enriquecida, sardinas y naranja. Las personas menores de 50 años deben ingerir 1000 mg de calcio diarios, y las mayores de 50 años, 1,200 mg diarios.
La vitamina D es indispensable para la óptima absorción del calcio. Se recomienda ingerir un mínimo de 600 UI de vitamina D cada día. La podemos encontrar en alimentos como: el aguacate, lácteos, atún, salmón, sardinas, hígado de res, yema de huevo y algunos hongos.
Este es un ejemplo de un menú que cubre los requerimientos diarios de calcio y vitamina D. Podemos hacer diferentes y deliciosas combinaciones para que no falten en nuestras comidas.
Desayuno:
200 ml de yogurt natural fortificado con vitamina D
Omelette de huevos con espinaca y queso panela
Comida:
150 g de salmón asado con verduras y/u hongos
1/3 de aguacate
Agua de zumo de naranja
Cena:
Licuado de fresa con leche
Sándwich de atún
Colaciones:
15 almendras o 10 higos o 10 nueces
1 rebanada de queso panela
Dios nos ha dado un cuerpo maravilloso. Nuestros huesos son muy importantes para la vida diaria, ya que sin ellos no podríamos sostenernos o movernos. Está en nuestras manos tomar las medidas apropiadas para cuidarlos y así disfrutar de una mejor calidad de vida el tiempo que Dios nos dé.
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Hay bendición en ser previsora
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En varias ocasiones, cuando visito a un nuevo ginecólogo o médico especialista, me hace muchas preguntas de datos y fechas que no siempre tengo presentes.
Llevo más de seis décadas en este planeta y he pasado por varios consultorios, doctores y hospitales. Naturalmente, aunque me es fácil recordar algunos datos básicos, a veces se me escapan otros detalles.
De joven nadie me dijo que sería importante llevar un registro personal de mis antecedentes e historia clínica incluyendo padecimientos y medicamentos, así como datos de mi vida sexual y reproductiva. Esta información es muy importante porque le sirve a los doctores al diagnosticar enfermedades y para tomar en cuenta posibles contraindicaciones al dar un tratamiento.
De haberlo sabido, desde jovencita hubiera hecho esta lista, porque ya no recuerdo algunos datos con exactitud. Sin embargo, como nunca es tarde, desde hace tiempo elaboré una tabla con todos estos detalles. Esto me facilita compartir toda la información que requieren mis doctores.
Es importante añadir a este documento los antecedentes familiares, es decir, enfermedades que sufrieron mis padres y abuelos.
Esta es una muestra de mi lista.
Antecedentes familiares
Enfermedades crónicas de padres, abuelos maternos y paternos.
Cirugías
Nombre del padecimiento y fecha en que se realizó la cirugía
Ginecólogo
¿Cuándo inició su ciclo menstrual?
¿Cuándo inició su vida sexual?
¿En qué año tuvo su primer embarazo? ¿Cuántos embarazos tuvo? ¿Fueron partos normales o cesáreas?
¿Tuvo algún aborto, qué edad tenía?
¿Ha tomado anticonceptivos? ¿Durante cuánto tiempo?
¿Ha tenido tratamiento de reemplazo hormonal? ¿Cuánto tiempo?
Médico general
Tipo de sangre ¿Es alérgica a algún medicamento?
Padecimientos actuales y medicamentos que toma.
Otros especialistas
Esta tabla se puede expandir con una sección para cada especialista, incluyendo toda la información que sea útil: citas, medicamentos, estudios y conclusiones del galeno.
Originalmente elaboré mi documento e imprimí una copia para ponerla en la carpeta que llevaba a mi cita, porque tengo una para cada especialidad. Así que debía mover mi hojita cada vez que iba con otro doctor. Aunque era medio latoso, estaba cubierta con la información.
Después descubrí que, como mi archivo estaba guardado en la nube, ligado a mi cuenta de correo electrónico, podía consultarla desde mi teléfono móvil. ¡Qué maravilla!
Otro de los beneficios de esto es que, en caso de sufrir un accidente, mi esposo o mis hijos pueden tener acceso a esta información, ya que puedo compartir con ellos este documento.
Además si personas diferentes me cuidaran en el hospital y no todos estuvieran a la hora en que el médico tratante da las indicaciones, podrían usar este recurso para anotar las novedades en esta hojita y todos tendrían acceso automático a ellas. En momentos difíciles, esto podría aligerar la carga de todos a mi alrededor.
Sé que el Señor tiene mi vida en sus manos, pero también sé que hay bendición en ser previsora.
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De seguro, hemos escuchado algunas de estas frases: «Qué bonita estás. De grande vas a tener muchos pretendientes» «A ti te doy doble plato porque te hace falta comer» «¿Estás segura de que te vas a servir más? Vas a salir rodando» «Ah, hoy no te maquillaste, con razón pareces enferma».
Desde muy pequeñas recibimos comentarios que definen lo que creemos sobre nuestro cuerpo y su propósito. Hemos caído en el engaño de que existen características físicas que nos hacen dignas de amor en menor o mayor medida.
Es triste que nuestra cultura, sociedad y aun nuestros seres más queridos nos enseñen (no siempre de forma consciente) a calcular nuestro valor de acuerdo a los números que muestre la báscula o la cinta métrica. El constante adiestramiento que tanto hombres como mujeres recibimos desde niños, nos lleva a tratar a las personas dependiendo de cómo se ven.
Lo notamos desde nuestros primeros años de escuela, donde la niña güerita, alta, delgada y de ojos claros es de la que todos quieren ser amigos. Contrario a la que lleva la falda arrugada, tiene unos kilos de más y calza zapatos ortopédicos, de quien la mayoría prefiere huir. Es impresionante cuánto se le puede humillar a una pequeña debido a un mal corte de cabello, tratamiento de ortodoncia o vello extra en su piel.
No tardamos mucho en comenzar a vernos al espejo y hacernos nuestros propios comentarios crueles: «Si tan solo mi cabello fuera rizado» «Es obvio que nadie me va a querer con esta piel llena de granos» «¿Por qué no tengo el vientre plano y cintura pequeñita?» «Llegué bien tarde a la repartición de labios».
Si hemos expresado frases de este tipo, ya sea hacia nosotras mismas o a otros, tenemos un problema. Recordemos que nuestras palabras dan a conocer lo que abunda en nuestro corazón. Primero, debemos tener muy presente que nuestra atracción hacia lo bello siempre ha existido, por el simple hecho de que Dios mismo la plantó en nuestro corazón. Pero ya que todo fue contaminado por la caída en el Edén, esto también se corrompió.
Fue Dios quien creó la belleza y nos dio la capacidad de reconocerla. Él diseñó los mares, la luna y las estrellas. Formó las montañas, los ríos, árboles y flores. Planeó cada cosa y paisaje a nuestro alrededor con toda la intención de que nos robara el aliento. El objetivo era apuntar hacia su divinidad, que al disfrutar de un atardecer, recordáramos que la hermosura de quien lo pintó no tiene comparación.
Sin importar lo mucho que nos hemos alejado de ese propósito, nunca es tarde para tomar el camino de regreso. No es cosa fácil. Requiere constancia, valor y muchísimo amor. Quizá luchemos con confiar en que Dios nos esculpió con amor, a su propia imagen y que por lo tanto somos dignas de un buen trato, admiración y respeto.
Los halagos pueden alimentar nuestro ego y las críticas nuestro autodesprecio. Ambas cosas se relacionan con el orgullo y deben ser trabajadas. Mal encaminado, nuestro deseo de belleza física puede convertirse en un veneno peligroso que causa heridas profundas y algunas veces mortales. Un ejemplo son los trastornos alimenticios, que han cobrado tantas vidas durante mucho tiempo.
Entendamos que el querer vernos bonitas no es pecado, pero podemos estar seguras de que esto no debe llevarnos a tener un mayor o menor concepto de nosotras mismas del que debemos tener.
Entonces, para enfocarnos en la verdadera belleza, es necesario que poco a poco transformemos lo que creemos sobre ella. Escribamos estas palabras en la tabla de nuestro corazón:
Fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios, (Génesis 1:27) para que cuando otros nos vean, lo reconozcan a Él.
Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Lo cuidaremos con reverencia y respeto, porque su presencia habita en él.
Dios no considera nuestro parecer, sino lo que sabe que hay en nuestro corazón, (1 Samuel 16:7) y la importancia de lo que nos pide hacer no tiene nada que ver con nuestra apariencia física.
La belleza verdadera es el espíritu tierno y tranquilo, el cual es precioso para Dios (1 Pedro 3:4).
Nuestra vestimenta debe constituirse en su mayoría por buenas obras, (1 Timoteo 2:9,10) esto es, acciones que beneficien a nuestro prójimo y por lo tanto glorifiquen a Dios.
Tengamos la certeza de que si queremos encontrar más sobre la realidad sobre la belleza en la Biblia, la hallaremos. Podemos comenzar con estos cinco puntos. Lo siguiente es creerlos y ponerlos en práctica.
Nuestra generación necesita con desesperación a personas que se atrevan a dejar que el Espíritu renueve su entendimiento. Esto dará paso a que honremos nuestro cuerpo y el de otros, dándole el lugar para el que se le destinó desde el principio, sanando muchas heridas y encaminándonos así al diseño original de Dios.
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Peligros potenciales de los productos de limpieza
Descubre las alternativas
Por Anita Bautista
Adaptado del libro Mujer, deja huella
La vida cristiana es integral. No existe separación entre lo espiritual y lo que no lo es, pues Dios está interesado en cada aspecto de ella.
En la búsqueda por edificar mi hogar y cuidar la salud de mi familia, Dios me mostró que muchos productos de limpieza causan un gran daño. Así que me di a la tarea de buscar respuestas en esta área y tener un manual de limpieza natural para mi hogar.
Las mujeres estamos cada vez más preocupadas con la exposición a los gérmenes y las enfermedades que estos pueden causar. Los anuncios comerciales dan a conocer nuevos y mejores productos que, al matar los gérmenes, protegerán la salud de nuestras familias. Desafortunadamente, no mencionan lo peligroso del alto contenido tóxico en los químicos que utilizan para formularlos.
Esto es de particular importancia para las mujeres y los niños. Los niños, en particular aquellos con necesidades especiales, las mujeres embarazadas o que están buscando tener hijos, y las personas que padecen asma son especialmente vulnerables a estos químicos, aunque se ocupen en pequeñas cantidades.
Cuando los usamos, pueden causarnos problemas de salud a corto plazo (como irritación en la piel o los ojos) y a largo plazo. Los bebés en gestación y en sus primeros años de vida son los más vulnerables, debido a que sus órganos y sistema inmunológico todavía no se han desarrollado completamente y ciertos productos pueden interferir con el desarrollo de su sistema neurológico.
Por otro lado, estas sustancias también causan daños al medio ambiente cuando son pulverizados por el aire o vertidos en las coladeras de las casas, poniendo en peligro nuestros ecosistemas.
Muchos de los antibacterianos poderosos que utilizamos en el hogar, fueron inicialmente desarrollados para hospitales o centros clínicos, donde con frecuencia se encuentran los gérmenes que causan enfermedades. Pero para la gran mayoría de las personas, su hogar no necesita estar tan estéril como una sala de operaciones.
A menudo es suficiente limpiar (es decir, librar una superficie de suciedad), para mantener un hogar saludable. Por otro lado, el desinfectar (que significa limpiar de manera que se destruyan o se prevenga el crecimiento de microorganismos), está diseñado para situaciones específicas.
Estas son algunas de las sustancias que más se usan para la desinfección del hogar y sus posibles riesgos:
Cloro.
También conocido como Hipoclorito de Sodio, ha sido usado durante mucho tiempo como químico desinfectante. Se utiliza para tratar el agua, desinfectar piscinas y blanquear la ropa. Funciona al descomponer bacterias y otros gérmenes, haciéndolos inofensivos.
Daños potenciales del cloro. Es un potente irritante de ojos, de la piel y la respiración. Cualquiera que haya abierto una botella de cloro ha experimentado una reacción instantánea debido a sus gases. Mientras mayor sea la concentración, más daño causa. Es altamente corrosivo, lo que significa que puede causar daño permanente en la piel humana.
La exposición a este gas puede provocar tos, dificultad para respirar, dolor de pecho, náuseas y otros síntomas.
Amoniaco
Es un gas que contiene nitrógeno y que se encuentra en la naturaleza, tiene un olor fuerte y distintivo. Puede ser disuelto en agua para formar amoníaco líquido, que es la forma más común encontrada en una variedad de productos de limpieza del hogar.
Frecuentemente se pone en limpiadores de vidrios y superficies duras porque deja un brillo libre de rayones. Funciona como desinfectante al incrementar el ph del limpiador (haciendo la solución más alcalina), matando así algunos microbios. Está registrado por la EPA como un pesticida.
Riesgos potenciales del amoníaco. Los altos niveles de amoníaco en el aire pueden irritar la piel, los ojos, la garganta y los pulmones. El contacto con la piel puede causar quemaduras y daño en los ojos, incluso ceguera. Aunque diluido es menos probable que tenga efectos negativos, en su estado puro puede provocar daños graves.
Triclosán y Triclocarbán.
Son químicos antibacteriales sintéticos utilizados comúnmente en productos como jabón para manos, trastes y pastas de dientes. Se comercializan como antibacterianos, ya que son efectivos destruyendo las bacterias, pero no destruyen los virus que causan los resfriados y la gripe.
Los dos químicos están registrados como pesticidas por la EPA. Originalmente fueron diseñados para ser usados únicamente en hospitales para prevenir infecciones, sin embargo su uso se ha vuelto doméstico. Una encuesta de productos del hogar en el año 2000 encontró que el 76% de los jabones líquidos y el 29% de los jabones en barra contenían Triclosán.
Daños potenciales del Triclosán y Triclocarbán. No se sabe cómo han ingresado en nuestros cuerpos, lo que sí se conoce es que están presentes. Estudios de biomonitoreo humano han detectado los dos químicos en el cuerpo de cerca de 75% de la población analizada. El Triclosán ha sido también detectado en sangre, orina e incluso en la leche materna, lo que significa que las mujeres están pasando este químico a sus bebés.
Ninguno de los dos químicos se descompone fácilmente. Una vez que se usan, ingresan también al medio ambiente. Aparecen en todos lados, desde ríos hasta campos. Un estudio encontró altos niveles de Triclosán en las lombrices de tierra. Si estas se ven afectadas por los campos contaminados, ¿cómo será con los humanos que consumen alimentos cultivados ahí?
Una exposición a largo plazo está asociada a problemas en el sistema inmune, en el desarrollo del sistema nervioso, sistema endócrino y sistema reproductivo.
Todo esto debería llevarnos a buscar otros productos que no sean tóxicos y que cumplan su función sin contaminar nuestro hogar y el ambiente.
Una solución es preparar nuestros propios insumos de limpieza, efectivos y no tóxicos, usando ingredientes simples y baratos como el vinagre, el bicarbonato y el agua oxigenada. Estos ingredientes son altamente efectivos para la limpieza del hogar.
En conjunto con el jabón líquido biodegradable y algunos aceites esenciales, se pueden crear cientos de recetas para limpiar cada rincón de nuestro hogar de una manera fácil y segura para nuestra familia y el ambiente. Lo mejor es que hay cada vez más información en libros y en internet sobre estas alternativas que son fáciles de preparar en casa.
Para consultar el manual completo de limpieza natural, te recomendamos el libro ¡Mujer, deja huella!
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Por Esencia
¿Sabías que necesitas ciertos alimentos para estudiar mejor? Aquí hay unas ideas que puedes incluir en tus snacks o almuerzos.
Busca incluir:
1. Pescados grasos como el salmón y la sardina.
2. Semillas como la nuez, la almendra, los cacahuates y las semillas de girasol.
3. Moras azules y negras.
4. Granos como a avena y el arroz integral.
5. Aguacate y jitomate.
6. Frijoles y lentejas.
7. Vegetales de hojas verdes como el brócoli y el romero.
8. Tubérculos como la cúrcuma y el jengibre.
9. Manzanas y granadas.
10. Proteínas en el pollo, el huevo, el yogur y el queso.
11. Los probióticos para un intestino saludable.
12. Mucha, mucha agua.
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Dominio propio
Por Keila Ochoa Harris
El doctor miró al señor Black.
—Usted tiene un serio problema de sobrepeso. Deberá cambiar su dieta— advirtió con seriedad.
La nieta se estremeció y Terry Black, de ochenta años, suspiró. Sus hijos habían muerto, así que estaba en manos de su nieta, la bella Violeta, quien, sin embargo, resultó más estricta que su maestra de segundo año de primaria.
—No más curry, abuelo.
—Pero…
—Comes curry todos los días y es malo para tu salud.
Los hijos de Violeta, Penny y Will, escuchaban desde la puerta.
—Hijita, el curry me hace sentir vivo. Además, en algún lado leí que evita el Alzheimer.
—Pero provoca otros problemas y debemos velar por tu salud.
Violeta dio por concluido el tema y Terry se enfadó. Amaba el curry. Le gustaba lo que esa salsa proveniente de la India provocaba en su lengua. La comida de su país se le figuraba aburrida y monótona: papas con carne, papas con huevo, carne seca y carne asada.
Pensar en dichos platillos le resultaba indiferente. Pero cuando imaginaba el curry, los latidos de su corazón se aceleraban. Rogan josh sobre cordero, cebollas, aceite y mantequilla. Pimentón, anís, clavos, comino, canela. Especias que se mezclaban para robarle el aliento. Algunas variaciones incluían jengibre, ajo y yogurt.
—Soy un curry-adicto. No cabe duda —se lamentó el señor Black. Entonces intentó por todos los medios conseguir un poquito.
—Penny, no seas mala, trae un poco de curry del pub que está pasando la colina. De lo contrario, tu bisabuelo morirá.
—No lo creo, gran-dá. Al contrario, mamá ha dicho que si comes curry, tu salud se verá afectada.
Primer intento fallido.
—Will, te pago dos libras si me traes un poco de curry del pub pasando la colina.
—¿Dos libras nada más?
—Diez libras.
—No puedo, gran-dá. Mamá me regañará. Debemos velar por tu salud.
Segundo intento fallido.
—Penny, Will, pronto moriré. ¿No quieren cumplir el último deseo de un moribundo?
—Debes aprender a dominarte, gran-dá. Mamá dice que el dominio propio es una virtud. ¿No te interesa tu salud?
—He vivido ochenta años. ¿Para qué más?
—¿No quieres estar en nuestra graduación?
Al señor Black le pareció un golpe bajo, pero se tragó sus palabras.
Cuando recapacitó en que nada movería a sus bisnietos ni ablandaría sus corazones y comprendió que la voluntad de esos chicos era más recia que el fierro, tomó su bastón y decidió ir él mismo por un poco de curry al pub pasando la colina.
Aprovechó que su nieta andaba en otra ciudad y tomó su bastón. Paso a paso lograría su cometido. Los chicos andaban en el segundo piso jugando videojuegos, así que sospechó que no notarían su ausencia.
Mientras avanzaba imaginaba lo que pediría. Un platón de cordero repleto de curry. Quizá se trataría de su última cena.
Las palabras de Violeta lo perseguían: «Abuelo, debes aprender a controlarte». Pero él no permitiría que nada lo desanimara.
En su mente resonaron las palabras de sus bisnietos: «¿No quieres estar en nuestra graduación?». No deseaba pensar en cosas tristes. Por supuesto que amaba a sus bisnietos, pero ¿y el curry?
Pero más que un dolor de estómago, en el trayecto le preocupó lo que su familia pensaría de él. Su nieta se decepcionaría; sus bisnietos seguirían su mal ejemplo. Para él era el curry, pero ¿qué tal si Will se volvía adicto a la heroína o la mariguana? ¿Y si Penny era dominada por la afición a apostar? ¿Cómo los convencería de vencer los vicios si él no podía controlar el suyo?
El señor Black se hallaba a unos pasos del pub. El olor a curry se percibía a la distancia.
—Has comido curry durante años. No pasará nada si te privas de él de ahora en adelante —le dijo una vocecita.
Entonces se dio media vuelta y se sorprendió cuando casi chocó con dos personas.
—¡Penny y Will!
—Bien hecho, gran-dá—lo felicitaron los chicos.
—¿Me han estado siguiendo todo este tiempo, muchachitos espías?
Los dos asintieron
—Pues me alegro, porque ahora saben que el dominio propio se cultiva en familia. ¡Y más les vale que no se dejen dominar por ningún vicio!
Y los tres volvieron a casa.
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¿Por qué perdonar? (Considera las ventajas)
El hogar feliz (Sigue el consejo)
Todo es posible (Encuentra las razones de esta afirmación)
No te contamines (Toma las decisiones correctas para no contaminarte)
¿A quién le perteneces?
Elegir este estilo de vida nos protege a nosotros y a nuestras familias
Esta pregunta está relacionada con a quién o a qué somos leales
Por Naomi Campos
Cada uno de nosotros está diseñado de una manera única, con personalidad, fortalezas, pasiones, sueños, deseos, valores y diversas experiencias de vida. Sin embargo, nuestras decisiones se ven afectadas por la manera en la que contestamos a la pregunta: ¿a quién le pertenezco?
Antes de que la nueva generación de israelitas entrara en la tierra prometida, Moisés dio un discurso en el cual los exhortó a obedecer a Dios y a no repetir los errores de sus padres. Los invitó a amar, a obedecer y a ser fieles a Dios.
La primera parte del discurso contenía una oración que se sigue haciendo de mañana y tarde. Es una oración de devoción a Dios conocida como Shema y la primera parte se traduce así:
Shema (Escucha), Israel,
Adonai (el Señor)
elohenu (nuestro Dios),
Adonai (el Señor)
echad! (uno solo).
¡Escucha, Israel!
La primera palabra Shema se traduce como «escucha», pero posee un significado aún más profundo que simplemente oír sonidos. Se trata de poner atención y responder con una acción a lo que se ha escuchado. En otras palabras, este verbo en hebreo implica la consecuencia natural: obedecer.
El Señor es nuestro Dios, solamente el Señor. La palabra echad significa «uno» o «solo». Dios es el único que es reconocido como el Dios de Israel, sin importar a cuántos dioses adoraban las demás naciones.
El Shema implica más que solo una oración; es un llamado a la lealtad absoluta a Dios y a rechazar cualquier lealtad a otros dioses. Solo a Él debemos adorar y servir. El reconocer a Dios como su Señor, distinguió al pueblo de Israel de las naciones vecinas. Ellos, sin lugar a dudas, podían responder a la pregunta: ¿a quién perteneces?
Esta pregunta está relacionada con a quién o a qué somos leales. Las decisiones que tomamos son guiadas por nuestra lealtad a nosotros mismos, a otra persona, a una nación o a Jesús. Es el color con el que «pintamos» nuestro propósito y marca la trayectoria general de nuestra vida.
Cuando cedemos nuestra voluntad al señorío de Dios, cualquier decisión para seguirlo se vuelve más sencilla. Tener el patrón de hacer a Jesús nuestro Señor nos permite escoger y actuar conforme a lo que nos pida.
Al entregarle todas las áreas de nuestra vida, Él puede sanar, transformar y redimir incluso aquellas que nos avergüenzan.
Así que, en vez de tener dificultad para decidir o pasar la mitad del tiempo siguiendo a Dios y la otra huyendo de Él, nuestra vida se inclinará hacia escuchar y obedecer. No nos resistamos. Decidamos pertenecer y ser leales solo al Señor, nuestro Dios.
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¿Buscando más vitamina C?
Elegir este estilo de vida nos protege a nosotros y a nuestras familias
Todos sabemos que la vitamina C es importante. Te presentamos unas ideas para consumirla
Por editora de Esencia
El kiwi no solo tiene el nombre de un pájaro, originario de Nueva Zelanda, sino que es una de las frutas que más te aporta proteínas. Además, contiene mucha vitamina C, más del doble que las naranjas. También tiene antioxidantes, que ayudan a retrasar el envejecimiento de las células.
Para el calor, puedes pelar los kiwis, ponerles un palito para paleta y meterlos al congelador. ¿Qué te parece si luego derrites un poco de chocolate semiamargo y bañas con esto las paletas? Puedes añadir trocitos de cacahuate o nuez y volver a congelar. ¡Un delicioso snack!
El limón también es rico en vitamina C y refuerza tu sistema inmunitario. Pero también contiene calcio, hierro, potasio, magnesio y fibra. Por cierto, los limones que contienen más jugo son los amarillos y de piel brillante.
¿Qué te parece preparar unas barritas de limón? Solo necesitas 1 cucharada de vainilla, 1 y media taza de coco, 1 taza de almendras molidas, 4 cucharadas de miel, 4 cucharadas de aceite de coco y jugo de limón. Pon todo en un procesador de alimentos y mezcla por dos minutos. Luego distribuye en un recipiente que debes poner en el refrigerador una hora antes de servir. Puedes salpicar con trocitos de cáscara de limón y coco. Corta en barras.
Por último, el jengibre también aporta vitamina C, así como minerales y fibra. Su aroma es delicioso debido a uno de sus aceites, el gingerol, al que se atribuyen propiedades antinflamatorias y antioxidantes. Pero ¡cuidado! El exceso de su consumo puede causar diarrea, dolor de estómago e hinchazón, entre otras cosas.
De todos modos, no está de más hervir medio litro de agua y cortar medio bulbo de jengibre en rodajas. Dejas a fuego lento durante veinte minutos y luego lo cuelas. Añade miel y limón al gusto.
La vitamina C te hace más resistente a los ataques de virus y bacterias. Pero cuida también tu corazón. Lee un capítulo de Proverbios cada día, ¡y fortalecerás tu sistema inmunitario espiritual!
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¿Quién te dijo?
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«La diferencia entre una flor y una hierba es un juicio»
Por Naomi Campos
Hace un tiempo, mientras tomaba té, me di cuenta de que la etiqueta tenía una frase que decía: «La diferencia entre una flor y una hierba es un juicio». De momento me quedé pensando en la verdad que contenía la frase y en las implicaciones de la misma. ¿Qué hace especial a una flor? ¿Qué hace diferente a una hierba?
La hierba o maleza es cualquier planta que crece de forma silvestre, en un área labrada o controlada por el ser humano. Se puede encontrar en un jardín o en un cultivo agrícola, limitando el crecimiento de las deseadas y escogidas. Las hierbas crecen en los lugares menos indicados, son persistentes y pueden robar luz, nutrientes, agua y espacio; características que las vuelven indeseables.
Por otro lado, una planta ornamental es aquella que por sus cualidades estéticas se utiliza para adornar el entorno. La flor, follaje, fruto y perfume son parte de las características que apreciamos de las plantas de ornato.
Pensemos en una planta conocida como diente de león. Cuando en un césped, cuidado y perfectamente cortado, crece un intruso como este, enseguida se considera como una hierba que debe ser erradicada. Sin embargo, de él nace una flor amarilla que el pasto no puede dar.
Después, esa flor se transforma en una esfera de semillas a la que algunos acostumbran soplarle mientras piden un deseo. Las hojas, la flor y la raíz poseen propiedades nutritivas y medicinales. Cada parte del diente de león tiene un potencial que puede ser ignorado o desperdiciado porque se le etiquetó como hierba.
¿Quién decidió que el diente de león era solo una hierba y no una flor?
La realidad es que nosotros también hemos sido etiquetados de diferentes maneras. Las palabras van y vienen, y con ellas juicios que nos marcan y que dejamos que nos definan. Características como: eres tímido, tonto, incapaz, poco atractivo, rebelde, no eres digno de confianza o de amor.
Este tipo de etiquetas han alterado y afectado miles de historias, incluida la mía. Las consecuencias de esos juicios resultaron en vivir con miedo de no ser amada y aceptada y creer que mi valor provenía de lo que otros pensaban o decían de mí. Pero fue ahí, detrás de esas etiquetas y sus consecuencias, que escuché a Dios, mi Creador, preguntarme: «¿Quién te dijo...?».
Cada ser humano es el trabajo creativo de Dios y cuando nos etiquetan, critican o juzgan también están desvalorizando al Artista que nos creó. De la misma manera, si nosotros mismos devaluamos quienes somos, estamos insultando a nuestro Creador. Dios no carece de talento artístico ni es descuidado.
Desde el momento en que Dios creó a Adán, lo selló con su imagen. Vio que lo que había creado era «muy bueno». Como una demostración más de su gloria, ninguno de los 7.9 mil millones de seres humanos es igual a otro.
Aunque es cierto que el pecado ha vuelto borrosa esa imagen de Dios en nosotros, podemos confiar en que Él nos está redimiendo, que no necesitamos ser como ninguna otra persona y que solo cuando nos entregamos a Jesús podemos ser más nosotros mismos.
Dios, nuestro Creador, es el único que tiene la autoridad para decirnos quiénes somos. Nos llama por nombre y nos da un propósito. No se equivoca al dar a cada individuo su personalidad, fortalezas, sueños, pasiones y deseos de acuerdo a su diseño perfecto: a su imagen y semejanza.
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Pensamientos después de hacer ejercicio
Observa tus pensamientos al terminar una rutina de ejercicio
Observa tus pensamientos al terminar una rutina de ejercicio
Por Adaía Sánchez
Por mucho tiempo los pensamientos que surgían en mi mente después de hacer ejercicio circulaban alrededor de la vergüenza y la culpa. «No aguantaste nada», «necesitas seguir esculpiendo esos gorditos», «si todos los días te ejercitaras como hoy, por fin lograrías tener el cuerpo que deseas».
Claro que estos pensamientos no estaban en mi mente «de a gratis». La cultura a nuestro alrededor nos bombardea con su concepto de belleza, con estereotipos sobre cómo debe ser un cuerpo de mujer, sexualizándolo en exceso, aun cuando apenas entramos a la pubertad.
La cultura de la vida fitness también hace su parte al vendernos soluciones mágicas para lograr «nuestro peso ideal» o un cuerpo digno de posar en bikini. Esta industria nos ofrece ejercicios cada vez más intensos para quemar la mayor cantidad de calorías, tratamientos reductores, remedios para adelgazar y más. Esa es la razón por la que hacemos ejercicio, ¿no?
Durante años no me percaté de la manera en la que todo esto afectaba mi mente, la forma en la que percibía mi cuerpo e incluso mi relación con Dios. Y aunque no me daba cuenta, estas ideas se reforzaban más y más en mi interior con cada sesión de ejercicio.
Estudios recientes han demostrado que el ejercicio no solo tiene poderosos efectos en nuestra capacidad cardiovascular, respiratoria, esquelética y muscular, sino también en nuestro cerebro.
Wendy Suzuki, profesora de Neurociencias en la Universidad de Nueva York, afirma que: «El ejercicio es la actividad más transformadora que uno puede hacer hoy por su cerebro […] tan solo una sesión de ejercicio puede mejorar tu habilidad de adaptación y concentración, y esa mejora en la concentración durará por lo menos dos horas».
Estos efectos son inmediatos, por lo que podríamos decir que este es un momento muy vulnerable para nuestro cerebro y es por eso que los mensajes que escuchamos o nos decimos a nosotras mismas durante y después del ejercicio tienen tanta importancia.
Si el nivel de enfoque de mi cerebro está en su punto más alto después de ejercitarme, el uso que le dé en ese momento es crucial. La Palabra de Dios nos dice: «Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza» (Filipenses 4:8).
Una sesión de ejercicio es una oportunidad perfecta para meditar en la verdad de Dios. Algunas personas dirán que es muy difícil pensar en dos cosas al mismo tiempo, pero estos procesos de aprendizaje en nuestro cerebro suceden, ya sea que pongamos atención en ellos o no.
He descubierto que los movimientos y la flexión de los músculos son solo la mitad del trabajo. La otra mitad tiene que ver con lo que pasa por mi mente y con estar presente en mi cuerpo, aprovechando para bien la conexión que hay entre ambos.
Poco a poco he filtrado mis pensamientos de vergüenza y culpa y he elegido algunos nuevos para meditar en ellos mientras me muevo: «Dios diseñó mi cuerpo y es algo bueno», «Mi cuerpo puede hacer cosas increíbles», «Dios trabaja en mí a través del esfuerzo y la incomodidad», «Mi cuerpo fue hecho para amar a Dios y para amar a otros», «Ser gentil con mi cuerpo, importa».
Me he propuesto agradecer por el diseño perfecto de Dios en mí, disfrutando el movimiento y celebrando en mi espíritu el maravilloso regalo de tener este cuerpo. Requiere tiempo e intencionalidad, pero vale la pena al cien por ciento.
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7 hábitos que fortalecen el sistema inmune
Elegir este estilo de vida nos protege a nosotros y a nuestras familias
Por Ann Díaz
Estamos viviendo tiempos insólitos. Jamás pensamos ser parte de algo que solo se veía en las películas. En medio de la controversia generalizada sobre cómo enfrentar la pandemia que nos acosa, vale la pena repasar algunos principios básicos sobre la salud y nuestro sistema inmune, que es el encargado de defendernos.
Los virus y bacterias no son lo que principalmente enferman a las personas. Estos microorganismos han existido desde siempre. Algunos son benéficos y forman parte de ecosistemas importantes. La realidad es que un estilo de vida dañino es el principal factor que lleva a la gente a enfermarse.
Por eso necesitamos cambiar nuestra manera de pensar respecto a la salud. Nuestros cuerpos son una obra maestra de Dios y cuando los cuidamos podemos gozar de una mejor salud.
Es verdad que algunas personas nacen con ciertas condiciones físicas que deterioran su salud, pero incluso en esa situación, pueden mejorarla si optan por un estilo de vida más sano.
Las siguientes recomendaciones son prácticas y sencillas. Cualquier persona puede llevarlas a cabo y así comenzar a mejorar su salud y proteger a sus familias. Y la mejor parte de todo esto es que muchas de estas cosas ¡son gratis!
Tener una alimentación balanceada. Consume frutas y verduras en abundancia, además de grasas buenas como: huevo, mantequilla, nueces, aguacate, carne magra, pescado, mariscos, aceite de oliva, de coco y de aguacate. También granos enteros cocidos, legumbres y semillas, y una cantidad suficiente de agua.
Evita, o si es posible, elimina de tu dieta toda la comida procesada, bebidas que contengan un alto porcentaje de azúcar, aceites vegetales dañinos y otros aditivos que los humanos no fuimos diseñados para consumir.
Aunque parezca muy difícil lograrlo, es recomendable considerar consumir productos orgánicos y de origen animal libres de hormonas ya que son mucho más saludables que los convencionales.
Reducir el estrés. El estrés es tóxico para el cuerpo y suprime al sistema inmune. Aprende a decir que no a las cosas que no son esenciales. Aparta tiempo para el descanso diario, semanal y anual. Pasa tiempo con el Señor y realiza actividades que te den vida. Recuerda: si estás muy ocupado para tener tiempo a solas con Dios, entonces estás demasiado ocupado.
Dormir lo suficiente. Un adulto necesita en promedio ocho horas de sueño diarias. Los niños y adolescentes necesitan de 9 a 12 horas, dependiendo de su etapa de crecimiento y los bebés, aún más. Si tú y tu familia no están durmiendo lo suficiente, establece este hábito como prioridad. Procuren irse a la cama y levantarse a la misma hora cada día y eviten el uso de pantallas por lo menos una hora antes de ir a dormir.
Hacer ejercicio de manera moderada. El ejercicio incrementa nuestras defensas y nos ayuda a prevenir enfermedades crónicas como el cáncer. No es necesario realizar rutinas intensas de ejercicio, con tan solo caminar 20 minutos al día se obtiene un gran beneficio. Realiza alguna actividad física que disfrutes y será más fácil mantenerte motivado para continuar.
Ingerir suficientes vitaminas y minerales. En la actualidad, debido a la pobre calidad de los alimentos que tenemos disponibles, no es posible obtener todo lo que nuestro cuerpo necesita por medio de la alimentación. En estos casos, los suplementos pueden ser de gran ayuda.
Por otro lado, cuando alguien se enferma, necesita dosis más altas de vitaminas y minerales. Siempre ten a la mano vitamina C y tómala cuando sientas que te vas a enfermar. El ácido ascórbico en polvo (la vitamina C sintética) es muy bueno porque no daña la mucosa del estómago y es prácticamente imposible tener una sobredosis de esta vitamina.
Se puede tomar de una a dos cucharadas de este suplemento cada dos horas hasta que los síntomas desaparezcan. Los bebés y niños pueden ingerirlo en menores dosis.
Otros suplementos a considerar son el zinc, magnesio, vitaminas A y E, y antioxidantes. Consulta con un médico o nutriólogo para saber qué suplementos usar y qué cantidades son adecuadas para ti.
También es importante aprender sobre cómo incluir más de estos en la dieta diaria.
Tomar el sol. Algunos estudios recientes muestran que muchas personas con complicaciones para combatir el coronavirus tienen deficiencia de vitamina D. Todos necesitamos recibir el calor del sol, pues esto provoca que el cuerpo produzca vitamina D. Tomar el sol de 15 a 20 minutos al día sin protector solar es ideal. Entre más oscura sea la piel, más necesitará estar expuesta al sol ya que la absorción es más lenta.
Limitar la exposición a toxinas. Desafortunadamente, el estilo de vida actual nos expone a toxinas en todos lados: en la comida, el aire, el agua, los productos de limpieza e higiene personal y en muchas otras cosas. Además de buscar opciones más naturales para tu dieta, siempre procura buscar productos sin fragancias artificiales ni otros químicos dañinos.
Existen muchos blogs y recursos para aprender a elaborar tus propios productos y cada vez más compañías comienzan a ofrecer alternativas más naturales. Investiga acerca de los ingredientes seguros y los que pueden ser dañinos y tóxicos.
Limpia tu casa con vinagre, bicarbonato de sodio y peróxido de hidrógeno. Estos pequeños cambios pueden tener efectos positivos y significativos en tu salud.
Todas las medidas anteriores, ayudan a fortalecer nuestro sistema inmune. Es importante leer, aprender y poner en práctica todo lo que podamos acerca de cómo vivir sanos de una manera natural. Elegir este estilo de vida nos protege a nosotros y a nuestras familias. La salud comienza cuando buscamos honrar el diseño de Dios para nuestros cuerpos.
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Libre de la obsesión
Odiaba cada centímetro de mi cuerpo
Por Ma. Inés Robles
Desde que despertaba hasta que era hora de dormir, no podía dejar de pensar en calorías. «¿Cuántas consumí hoy? ¿Cuántas serán mañana?».
Le había entregado mi vida a Jesús de forma sincera. Mi espíritu estaba hambriento de la Palabra de Dios y mi relación con Él crecía a una velocidad impresionante. Pero al mismo tiempo, mi trastorno comenzó a empeorar.
Lo único que deseaba era bajar esos 6 kilos que me separaban de mi peso ideal. ¿Acaso era mucho pedir? Había intentado de todo. De forma sana: nutriólogos, planes alimenticios, pesas, gimnasios, pilates, aplicaciones para contar calorías y más.
También, empecé a probar el lado no sano: ayunar por tiempos prolongados, tomar demasiada agua para controlar el hambre, fajas demasiado reducidas, dietas líquidas, purgarme con ejercicio y a veces vomitar después de comer algo que «no debía», entre otras cosas.
El espejo era mi peor enemigo. Odiaba cada centímetro de mi cuerpo. La peor batalla era la que se libraba en mi mente. Estos pensamientos daban vueltas y vueltas interminables, sin siquiera darme espacio para respirar.
Como estudiante de psicología tenía muy a la mano los detalles de este tipo de trastornos, su tratamiento y pronóstico. El panorama no era muy esperanzador. Muchas mujeres que luchan con este problema, lidian con él durante toda su vida, aunque con algunos períodos de notable mejoría.
Tal era mi desesperanza y desprecio hacia mi cuerpo que hasta deseaba desarrollar alguno de los otros trastornos que, por lo menos, sí te llevaban a perder peso, como la ortorexia (obsesión por la comida sana) o la anorexia.
Oraba una y otra vez para que Dios me quitara todo esto, me arrepentía y lo ponía en el altar, pero esos pensamientos no se iban. De pronto una nueva convicción nació en mi corazón: Dios me pidió que sacara mi problema a la luz.
¡Me daba terror! Estaba acostumbrada a librar mis batallas sola. Esa fue la forma en que me habían enseñado: «Es inaceptable mostrar errores o debilidades; mejóralo, disfrázalo o escóndelo». Podía platicar de mis problemas con Dios y con mi terapeuta, pero ¿serviría de algo hablarlo con alguien más?
En obediencia a Dios y con desesperación, compartí mi lucha por primera vez con mi mamá y con una amiga cristiana. Ninguna logró comprender a profundidad por lo que estaba pasando; sin embargo, no fue necesario, pues la carga se empezó a aligerar sobre mis hombros. Era oficial, yo era imperfecta y a pesar de haberlo mostrado, no había sido rechazada.
El camino a la sanidad había comenzado. Una noche, sentada en el piso del baño, llorando con angustia le pedí nuevamente al Señor que me hiciera libre de esta obsesión. Reconocí que todos mis esfuerzos, incluso los espirituales y piadosos, eran insuficientes. Necesitaba un milagro y Él lo hizo.
De forma inexplicable, a la mañana siguiente, mi mente se sentía clara por primera vez en mucho tiempo. No hubo ni un solo pensamiento de vergüenza o autodesprecio, ni siquiera sobre calorías. Ya era libre, por el poder de Dios.
Por supuesto, hubo cambios inmediatos y otros que tomaron tiempo, como reaprender a relacionarme con la comida y el ejercicio. En todos estos procesos tuve miedo de volver a enredarme en patrones enfermizos. Pero Dios proveyó en cada momento la verdad y la comunidad que necesitaba para seguir adelante.
Hoy, 7 años después, sigo disfrutando esa gloriosa libertad de Dios en mi cuerpo. Como mis verduras, hago ejercicio y lo disfruto. Ahora persigo un fin mayor que quemar calorías: honrar el diseño de Dios para mi cuerpo.
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Cada día estamos bombardeados de información. Desde el momento en que nos levantamos hasta el momento en que decidimos descansar, nuestro cerebro está recibiendo datos de lo que sucede a nuestro alrededor y en el mundo. Sin embargo, no registramos la mayoría de esta información, gracias a un filtro llamado sistema de activación reticular (SAR).
¿Qué te da dirección en la vida y cómo cambiarlo?
Por Naomi Campos Laux
Cada día estamos bombardeados de información. Desde el momento en que nos levantamos hasta el momento en que decidimos descansar, nuestro cerebro está recibiendo datos de lo que sucede a nuestro alrededor y en el mundo. Sin embargo, no registramos la mayoría de esta información, gracias a un filtro llamado sistema de activación reticular (SAR).
Este es el filtro que se encarga de procesar los estímulos que a cada segundo recibimos, tales como: las noticias, anuncios, conversaciones, olores, sabores, sonidos y un sinnúmero de datos. El sistema de activación reticular decide qué información, eventos o experiencias llegan a nuestro cerebro y subconsciente y cuáles se quedan fuera. Pero, ¿cómo sabe qué procesar?
Este proceso se lleva a cabo por medio de nuestra atención. Este filtro SAR se da cuenta de lo que consideramos importante y busca maneras de validar nuestras creencias.
Por ejemplo, cuando una amiga te dice que está embarazada, de repente comienzas a ver mujeres embarazadas por todos lados; o cuando compras un automóvil rojo, de pronto te das cuenta que hay muchos autos de la misma marca que el tuyo y el color rojo resalta por doquier.
Lo mismo sucede con nuestros pensamientos, ya sean constructivos o destructivos. Si constantemente estás pensando en que te hace falta tener confianza, que siempre eres impuntual o que no eres lo suficientemente ______________ (inserta aquí la cualidad que desees), tu atención solamente validará las experiencias que confirmen que desconfías de tus habilidades, que llegas tarde y que te falta esa cualidad tan deseada.
Estas creencias destructivas pueden llegar a sabotear nuestra vida, desencadenando emociones dañinas como la vergüenza, la culpa y la angustia. E incluso pueden llegar a generar síntomas físicos como dolor de cabeza, tensión muscular e insomnio. Todo esto puede dificultar nuestro desempeño laboral, la presencia y conexión con familiares y amigos y, en casos más graves, depresión o trastornos de ansiedad.
Por el contrario, si nuestros pensamientos son constructivos, centrados en Cristo y enfocados en nuestra verdadera identidad, es decir, en lo que Dios dice de cada uno de nosotros, nuestro filtro reticular se enfocará en esa información y buscará evidencias.
Mientras más pruebas nos muestra, más creeremos esas verdades espirituales y mientras más lo creamos, más nos lo diremos a nosotros mismos; repitiendo así el ciclo.
Una manera práctica para comenzar a cambiar nuestro enfoque es a través del teléfono celular. En promedio, una persona desbloquea su celular 110 veces al día, por lo que podemos utilizar esa pantalla para mostrar una imagen o frase que centre nuestra atención en las verdades de Dios hacia nosotros. Otra manera de mostrarle a nuestro SAR lo que es importante es escribir en tarjetas versículos, verdades bíblicas, o palabras que Dios nos haya dado a través de la Biblia, amigos o canciones.
«Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza», nos aconseja Pablo en Filipenses 4:8. ¡Vale la pena!
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Imagínate a Jesús hablándote
¿Tienes victorias y alegrías? ¿Por qué no compartes tu felicidad conmigo?
Redacción de Prisma
No tienes que ser demasiado inteligente para complacerme: todo lo que necesitas es estar dispuesto a amarme. Solo háblame como le hablarías a otra persona en quien confías y a quien aprecias.
¿Hay algunas personas por las cuales quieres orar? Mencióname sus nombres y pídeme lo que quieras para ellos. Soy generoso y conozco todas sus necesidades, pero quiero que me muestres tu amor por ellos y por mí, confiando en que haré lo mejor para ellos.
Háblame acerca de los pobres, de los enfermos y de los pecadores, y si has perdido el amor o la amistad de alguien, dime eso también.
¿Hay algo que deseas para tu alma? Si quieres, escribe una lista larga de todo lo que necesitas y léemela.
Háblame de tu orgullo, de lo sensible que eres, de tu extremo egoísmo, de tu sarcasmo, de tu pereza. No te avergüences, hay muchos redimidos en el Cielo que tenían las mismas faltas. Todos me pidieron ayuda y poco a poco sus errores fueron corregidos.
No te detengas cuando quieras pedirme bendiciones para tu cuerpo y para tu mente, tales como salud, memoria, éxito. Yo puedo darte todo y siempre doy todo lo que se necesita para que el alma sea más santa.
¿Qué es lo que quieres hoy? Dímelo, porque estoy esperando la oportunidad de hacerte el bien. ¿Cuáles son tus planes? ¡Cuéntamelos! ¿Hay alguien a quien deseas agradar? ¿Qué quieres hacer para agradarlo?
¿No quieres hacer algo por mí? ¿No quieres ayudar con un poco de bien a las almas de tus amigos que quizá se han olvidado de mí?
Háblame acerca de tus fracasos y te mostraré cuál es la causa de ellos. ¿Cuáles son tus preocupaciones? ¿Quién te ha ofendido? Cuéntamelo todo y prométeme perdonar y olvidar y entonces te bendeciré más.
¿Tienes miedo? ¿Tienes temor de sufrir tormentos irrazonables? Entrégate a mí, yo veo todo, no te dejaré.
¿Tienes victorias y alegrías? ¿Por qué no compartes tu felicidad conmigo? Dime lo que te ha pasado desde ayer, qué te ha animado y confortado. Cualquier cosa que haya sido, pequeña o grande, yo la preparé. Sé agradecido.
¿Has decidido firmemente no caer en las tentaciones? ¿Has resuelto evitar los malos amigos y los libros vulgares? Te hacen perder la paz del corazón. ¿Te vas a portar amable con aquel que te ha ofendido?
Bien, ahora continúa en tus quehaceres. Trata de ser más calmado, más humilde, más sumiso, más simpático. Vuelve pronto y tráeme un corazón más devoto. Mañana tendré más bendiciones para ti.
«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1a Juan 4:10).
Adaptado de una publicación de Las Buenas Nuevas (Westchester, IL).
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3 hábitos del pasado que nos sirven para ser personas más sanas
Son joyas perdidas de previas generaciones. Son hábitos que nos pueden ayudar hoy a ser personas más sanas.
Por Erika Simone
La esclavitud legal. La imposibilidad de estudiar (para la mayoría de las personas). La falta de medicina. Hay muchas cosas que se quedaron en el pasado y ¡es mejor así! Pero, junto con la igualdad de oportunidades y los grandes avances en la medicina, también ha aumentado, especialmente en las últimas dos generaciones, una sensación de ajetreo que no existía antes. Y como consecuencia, muchísimos casos de ansiedad y otros problemas mentales.
Hay tres cosas que abundaban en el pasado que creo que necesitamos rescatar para mejorar nuestra salud mental y ayudarnos a evitar la carrera de locos que nos rodea. Estas tres cosas no solo abundaban, sino que eran cosas cotidianas que nadie creía extraordinarias, y quizás por eso, los hemos olvidado, así incurriendo en consecuencias graves.
La soledad ya no existe.
No porque nunca estamos solos, sino porque cuando estamos solos buscamos un escape: la comunicación virtual. Esperando al Uber, en la fila del banco o aún en el baño, tenemos a la mano Instagram, Snapchat o WhatsApp. Es cierto que las aplicaciones del celular son adictivas, pero aún los que procuramos reemplazar el celular con un libro, (lo que es un esfuerzo recomendable) tenemos el mismo problema: estamos absorbiendo información constantemente, entra la voz de alguien más en nuestra consciencia. La consecuencia: el nunca estar realmente solos, no nos permite descansar, ni tomar tiempo para procesar toda la información que hemos recibido.
No estamos en silencio.
La falta del silencio está relacionado con la falta de soledad, pero es un asunto aparte. Porque cuando no estamos leyendo o viendo fotos, ¡podemos escuchar música! Y la música puede ser preciosa para el alma, pero nuestros cuerpos y nuestras mentes necesitan tiempo para descansar, para no recibir nada. Y si evitamos la soledad porque es incómodo, ¡el silencio es peor! El silencio permite que nuestros pensamientos salgan en primer plano y después de tanto tiempo sin reconocerlos, es incómodo o quizás hasta cause más ansiedad. Pero es un proceso que duele al principio por la falta de atención. Con el tiempo, si comenzamos a incluir el silencio como parte de nuestro día, veremos que estaremos más en paz con nuestros pensamientos y aún más, el silencio estimula creatividad inesperada (la mente aburrida es una mente creativa).
¿Y qué hacer en estos momentos de soledad y silencio cuando ya nadie más contribuye a lo que está en mi mente?
¡Escribir!
La mayoría de las personas dicen que no son escritores y por lo tanto la escritura no forma parte de sus vidas. Pero, hace unas generaciones, escribir era parte de la vida diaria de todos los que sabían hacerlo. Escribían cartas o escribían en sus diarios, cualquiera de las dos formas era una manera de poner en palabras explícitas lo que pensaban y sentían. Si la soledad y el silencio son necesarios para dejar salir a la luz nuestros pensamientos y procesar todo lo que nos sucede, escribirlo es necesario para reconocer el impacto que esto ha tenido sobre nosotros.
Entonces, ¿cómo rescatar estos tres hábitos del pasado e incorporarlos en nuestra vida moderna para nuestra salud?
¡Por algo existe la función de Silencio en el celular! De hecho, sería bueno elegir una hora del día cuando estarás solo y apagar el celular durante ese tiempo.
Con “solo” me refiero a que nadie estará hablando contigo, puedes estar en un parque en donde hay otra gente, o aún en el camión, si no va nadie contigo.
Nada de celular, ningún libro ni revista, para que nadie, ni un noticiero, tenga la oportunidad de ser parte de tus pensamientos.
El silencio es un poco más exigente.
Busca unos minutos, quizás al inicio o al final del día para estar en silencio.
Nada de música. Nada de radio en el fondo. De hecho, quizás necesites un poco de ruido blanco, un ventilador por ejemplo, para opacar todo lo demás. No necesitas pensar en nada en particular. Probablemente tus pensamientos se vayan a los sucesos del día, a ciertas personas que viste o a alguien con quien quieres platicar. ¡Qué bueno! Tu mente está procesando. Y ¿quién sabe? ¡Quizás de allí salga una idea increíble para ese proyecto en el que estabas atorado!
Escribir no necesita ser diario. Pero, sí necesitas hacerlo. Puede ser en una libreta elegante como el Moleskine o en un cuaderno viejo de la primaria. Pero, es un lugar en el que puedes apuntar los pensamientos más importantes que has tenido. Quizás metas para el mes, esa idea que transformó tu proyecto, un versículo de la Biblia que te gustó con los pensamientos que te provocó y claro, lo que sucedió ese día, o esa semana.
Escribir es poner en palabras lo que está sucediendo en tu mente y muchas veces lo aclara y te conoces mejor después de haber escrito.
La soledad.
El silencio.
El escribir.
Son joyas perdidas de previas generaciones. Son hábitos que nos pueden ayudar hoy a ser personas más sanas, más pensativas y menos ajetreadas.
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¿Te gustaría recuperar la salud?
Antes de decidir que queremos estar sanas, necesitamos reconocer que estamos enfermas
Adaptado del capítulo “Vive tu diseño” del libro Mujer, Renuévate
Por Cynthia Ramírez de Rodiles
Un pequeño vistazo a las historias en las cuales vemos que Jesús sana nos recuerda lo hermoso de su ministerio en esos años aquí en la Tierra. ¡No cabe duda que cada instancia en la que vemos registrada un milagro nos cautiva! Y nos cautiva porque muy dentro de nuestro ser resalta la necesidad y el deseo que todas tenemos de ser restauradas, reconciliadas con nuestro Creador, y muchas veces, reconciliadas con nuestro cuerpo, con nosotras mismas.
Consideremos la siguiente historia:
“Después Jesús regresó a Jerusalén para la celebración de uno de los días sagrados de los judíos. Dentro de la ciudad, cerca de la puerta de las Ovejas, se encontraba el estanque de Betesda, que tenía cinco pórticos cubiertos. Una multitud de enfermos —ciegos, cojos, paralíticos— estaban tendidos en los pórticos. Uno de ellos era un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio y supo que hacía tanto que padecía la enfermedad, le preguntó:
—¿Te gustaría recuperar la salud?
—Es que no puedo, señor —contestó el enfermo—, porque no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua. Siempre alguien llega antes que yo.
Jesús le dijo:
—¡Ponte de pie, toma tu camilla y anda!
¡Al instante, el hombre quedó sano! Enrolló la camilla, ¡y comenzó a caminar! Pero ese milagro sucedió el día de descanso, así que los líderes judíos protestaron. Le dijeron al hombre que había sido sanado:
—¡No puedes trabajar el día de descanso! ¡La ley no te permite cargar esa camilla!
Pero él respondió:
—El hombre que me sanó me dijo: “Toma tu camilla y anda”.
—¿Quién te dijo semejante cosa? —le exigieron.
El hombre no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la multitud; pero después, Jesús lo encontró en el templo y le dijo: «Ya estás sano; así que deja de pecar o podría sucederte algo mucho peor». Entonces el hombre fue a ver a los líderes judíos y les dijo que era Jesús quien lo había sanado”. (Juan 5:1-15 NTV)
La palabra en griego que se traduce aquí como “salud” es ὑγιής (hugiés). Aparece doce veces en el Nuevo Testamento, la mayoría en el libro de Juan. Es un adjetivo que describe algo que ha sido restaurado, sanado, que ahora está íntegro, completo de nuevo. Se usa para:
1. describir un milagro y
2. hacer una invitación.
Es importante notar que no solamente habla de salud física. Se utiliza la misma palabra en Tito 2:8 para hablar de sana doctrina (pura, íntegra, irreprochable) y eso nos da una pauta para pensar que va más allá de un entendimiento de salud como la ausencia de enfermedad física. Para Jesús (y en toda la Biblia) vemos que la invitación es a mucho más que eso.
Pero antes de saber que queremos estar sanas, o estar sanas de nuevo, necesitamos reconocer que estamos enfermas. Para algunas es fácil reconocer éstas áreas (por ejemplo: enfermedades físicas crónicas, algún abuso que no ha sido sanado, marcas que nos gustaría que desaparecieran, deseos que tenemos en cuanto a nuestra apariencia, patrones dañinos en nuestro día a día, enfermedades mentales, etc.) pero no siempre es tan sencillo.
En ocasiones escogemos enfocarnos en áreas que sirven como máscara o protección para lo que realmente está sucediendo en lo más profundo de nuestro ser.
Jesús sigue haciendo la invitación a cada una de nosotras, la pregunta siempre ha sido: ¿Quieres estar sana? ¿Te gustaría recuperar la salud? Y para ti, ¿cómo se ve eso? ¿Qué estás esperando que Dios haga?
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Hemos creído que la salud es primordialmente física
Por Cynthia Ramirez de Rodiles
Adaptado del capítulo “Vive tu diseño” del libro Mujer, Renuévate
Tristemente hay muchos malentendidos el día de hoy con los conceptos de salud. Decimos: “¡Te ves muy bien!” y lo que notamos es pérdida de peso o un cambio de look. Igualamos delgado o perfecto con bueno y saludable.
“¡Hay que comer sano!” y asumimos estar hablando de dietas extremas zero azúcar o basadas en agobio o ansiedad.
“¡Vamos a spinning, es súper bueno para la salud!” aún cuando sabemos los riesgos de ciertos tipos de ejercicio en la longevidad de nuestro cuerpo.
“¡Nimodo, te tocó!” en muchas ocasiones cuando asumimos que la salud es algo que los dioses deciden y que no podemos hacer nada al respecto.
“¡Uff, en unos días te recuperas! ¡Valió la pena!” animándonos a seguir con un ritmo de vida insostenible y asumiendo que caer enfermo es normal y que vale la pena.
“¡Toma más medicamento!” acertando que es la solución, aún en situaciones de depresión que no ameritan el uso de químicos en el cerebro.
“¡Las mujeres bonitas no son inteligentes y viceversa! ¡No se puede tener todo!” cosa que no siempre decimos en voz alta pero lo pensamos, juzgando y comparándonos con otras en base a esto. Hemos creído que la salud es primordialmente física, determinada por estándares del mundo, absoluta, inaccesible para muchos y en algunos casos, fuera del terreno del cual es responsable la Iglesia.
El mundo se aprovecha de esta confusión y tristemente la mayoría de los cristianos no son la excepción. Hemos creído las mismas mentiras, en gran parte por el silencio de muchos púlpitos al respecto. Cuando no ha habido silencio, en ocasiones se han utilizado porciones de la Biblia para reafirmar mentiras sobre este tema con comentarios como: “Lo más importante es tu relación con Dios” (que tomado fuera de contexto parece asumir que lo que hacemos con nuestro cuerpo no importa),
“Dalo todo por Jesús y por su Iglesia” (que se puede malinterpretar diciendo que el descanso no es necesario o que vale la pena terminar enfermo si se estaba trabajando para el Señor).
“El cuerpo de la mujer es para el esposo” (palabras que se han usado y malinterpretado en ocasiones para ejercer fuerza y abuso dentro de la Iglesia, quitándole a la mujer la habilidad de defenderse, cuidarse o poner límites en cuanto a su cuerpo).
“Dios es el único que te puede sanar” (a veces animando a las personas a esperar un milagro sin poner de su parte).
Y “Los pecados del cuerpo son los peores” (asumiendo una jerarquía entre pecados como el orgullo y la avaricia y el sexo fuera del matrimonio o las adicciones a sustancias físicas con las drogas o el alcohol).
En ocasiones, no se ha dado importancia a la teología de la Encarnación, verdad que encontramos en la Biblia al saber que Dios escogió venir a este mundo en un cuerpo humano. (Siendo 100% Dios y 100% humano) Y tristemente, gracias a varios sucesos importantes en la historia, la Iglesia Cristiana ha enseñado (erróneamente) que hay separación entre lo sagrado y lo secular, el espíritu siendo sagrado y el cuerpo siendo secular.
Por muchos años se ha enseñado que debemos rechazar nuestra carne, y muchos lo malinterpretan para decir que todo lo que tiene que ver con el cuerpo pasa a segundo término o en algunos casos hasta pecado.
No cabe duda de que lo que creemos y cómo actuamos ante todo esto tiene implicaciones de vida o muerte, mucho más allá de lo que nos es cómodo reconocer.
¿Qué mentiras has creído tú sobre este tema? ¿Qué han dicho otros sobre ti? ¿Cómo te han enseñado o cómo has enseñado a otros? ¿Qué palabras has usado para describir tu cuerpo o la relación que tienes con tu cuerpo? ¿Qué batallas has perdido? ¿Qué necesitas reconciliar?
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Cuando comienza un nuevo año siempre me siento muy motivada a realizar cambios. Me pongo metas y hago propósitos como ser más organizada, tener otro trabajo, aprender un idioma o viajar.
Desde que recuerdo, cada año nuevo, el propósito que no podía faltar en mi agenda era: bajar de peso. Comenzaba a realizar cambios en mi alimentación, en mi actividad física y siempre me motivaba diciendo: «¡Este año sí lo logro!». Pero por varias razones, no sucedía así.
Cada año era lo mismo hasta que Dios me mostró, a través de su Palabra, las verdades que necesitaba escuchar para renovar mi mente y lograr no solo bajar de peso sino buscar la salud integral y tener una vida plena en Él.
Aquí comparto tres verdades con las que el Señor me confrontó y que me ayudaron a hacer un cambio profundo y duradero:
1. Dios me creó
El Creador de la vida diseñó con amor perfecto cada elemento de la naturaleza y a cada ser humano. De su mente poderosa hizo todo lo que existe y como dice la Biblia: «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Génesis 1:31).
Estoy hecha a su semejanza. Puedo decir que tengo su huella en cada célula de mi cuerpo. Mi cuerpo fue entretejido en el vientre de mi madre, y desde ese momento fue cuidadosamente formado y ha sido sustentado por Él hasta el día de hoy.
Además si soy hija de Dios, Dios vive en mí y esa es una buena razón para honrarlo y glorificarlo con todo lo que soy.
2. Dios me restaura
A veces he escuchado y creído cosas que me han hecho sentir inferior o indigna de ser amada. Las ideas que provienen del mundo, es decir, todo lo que veo y oigo en redes sociales, canciones, películas y comentarios de las personas a mi alrededor, no son la verdad absoluta acerca de mí.
Muchas veces he aceptado que esa forma de pensar y de vivir, debe ser también mi estilo de vida, sin darme cuenta que solo me aleja de la libertad y la vida plena que Dios me ofrece.
Dios busca y está trabajando activamente para restaurar su relación conmigo. Él me creó para tener una relación perfecta con Él y eso incluye a mi cuerpo.
3. Dios es lo primero que necesito
Muchas veces he pensado que necesito hacer dietas extrañas, trabajar más, llenarme de actividades o excederme en el ejercicio para lograr mis propósitos o eso que tanto anhelo tener. Sin embargo, solo una relación estrecha con Dios puede llenar mis necesidades más profundas.
Dios es suficiente, Él me da todo y se entregó completamente por mí. Caminar con Él todos los días es lo que necesito para destruir las mentiras que me alejan de Él.
Como muchas otras cosas en la vida, se trata de un proceso. Lograr esos cambios tan anhelados toma tiempo, consistencia y paciencia. Además, si camino por este sendero teniendo presente que Dios está conmigo y me guía, seguro que lo lograré porque su amor es mi principal motivación.
Para reflexionar:
¿Qué cambio estás planeando hacer en tu vida?
¿Qué mentiras has creído que te hacen sentir inferior o indigna de ser amada?
¿Qué verdades de parte de Dios necesitas creer para renovar tu mente?
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Paz y esperanza en medio de la tormenta
En mi vida experimenté situaciones de rechazo y dolor que marcaron mi corazón.
Por Adaia Dominique Boche
Llevaba días sufriendo de ansiedad y dolor. Hacía mucho frío, el cielo estaba nublado, no paraba de llover y todo parecía estar mal. ¿Por qué me sentía así? Es cierto que tenía problemas, algunas cosas no salieron como esperaba, pero si lo pensaba, no era tan grave.
¿Acaso no confiaba en Dios? ¿Había algo mal conmigo? ¿Por qué me sentía tan sola si en mi mente sabía que no lo estaba?
En los días siguientes descubrí que mi condición es más común de lo que creía. De hecho, muchas personas luchan con sentimientos similares.
En mi caso, había cargado con esto por años. No sabía cómo ni por qué pero había dejado que estas emociones dirigieran mi vida. Cada decisión que tomé en los últimos años fue motivada por miedo a experimentar soledad o rechazo.
Entonces recordé una historia. Tomé mi Biblia y leí:
“Y de repente se levantó una tempestad tan grande en el mar que las olas cubrían la barca, pero él dormía. Y acercándose, lo despertaron diciendo:
—¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Y él les dijo:
—¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?
Entonces se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza”
(Mateo 8: 24- 25).
Después de leer este pasaje entendí que toda mi ansiedad y temor tenían una raíz más profunda; el miedo a experimentar dolor. Es natural evitarlo. Sin embargo, yo había llevado mi miedo a un nivel peligroso.
A lo largo de mi vida, experimenté situaciones de rechazo y dolor que marcaron mi corazón. Inconscientemente había escondido y minimizado cualquier situación que me hiciera sentir vulnerable. Me escondí tras un escudo de seguridad para hacerme creer que podía controlar todo lo que ocurría a mi alrededor y así, no salir lastimada.
Nunca había compartido esto con ninguna de las personas que me aman y me acostumbré a ignorarlo y llevarlo como una carga. Ahora entiendo que si hay algo que no puedo contarle a nadie, me está esclavizando.
Pero ahora me encontraba frente a una pila enorme de cosas que había ocultado por años. Me sentí como los discípulos en la barca: sin salida y rebasada por una situación más grande que yo. No había dónde esconderme. Esta vez tenía que quedarme en la tormenta.
Estar en esta posición me llevó a rendirme por completo a Jesús y comprendí que aunque mi miedo era más grande que yo, el amor de Cristo es aún mayor y que estaba en medio de esa tormenta porque Él así lo quería.
Tenía que permitir que el dolor entrara a mi vida para poder sanar. En mis pensamientos resonaban las palabras de Jesús:
– ¿Por qué tienes miedo? Yo estoy aquí contigo.
Descubrí que prefería estar en medio de la tempestad con Jesús, que tranquila en la orilla lejos de Él. Jesús rompió las cadenas que me habían esclavizado y en medio del dolor encontré paz y esperanza. Pasar por la aflicción que tanto temía, trajo bendición y sanidad a mi vida.
Hoy puedo afirmar que sin importar cuán grandes sean las olas del mar, si me encuentro en la barca con mi Salvador, sin duda alguna llegaré a buen puerto. Estoy protegida y cuidada por Aquel al que “...aun los vientos y el mar le obedecen” (Mateo 8:27).
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