Nuestra relación con la comida

Foto por Erick Torres

Foto por Erick Torres

Por Maddy Morrison

En la vida establecemos muchas relaciones diferentes con nuestros padres, hermanos, primos, hijos y esposos. Algunas se rompen y otras pueden restaurarse. Hay relaciones que parecen unilaterales y otras que son tan complicadas, que nos gustaría darnos por vencidos. Sin embargo, existen aquellas de las que no podemos escapar. Necesitamos que funcionen correctamente para tener una mejor calidad de vida. Una de estas es la que tenemos con la comida. 

Hay diferentes formas en que podemos relacionarnos mal con la comida: 

  1. La enfermiza: Cuando no tenemos límites, comemos en exceso y después nos sentimos terribles pero aun así, seguimos sin poner límites. Tendemos a justificarnos, diciendo: “no puedo comer solo verduras para subsistir”. 

  2. La de amor-odio: Por ejemplo, cuando comemos helado en exceso para después purgarnos, argumentando que nos agrada el sabor pero que odiamos lo que ese tipo de comida puede hacerle a nuestro cuerpo.

  3. La de odio en general:  Cuando comemos lo mínimo necesario y aun así sentimos remordimiento. O cuando nos matamos de hambre por varios días seguidos u optamos por solo tomar alimentos en forma de líquidos. Nos restringimos a un extremo poco saludable. 

Todas estas formas de relacionarse con la comida están muy lejos del ideal y lo sabemos.

La comida es un regalo.

Todo empezó en el jardín del Edén. Dios creó las aves de los cielos, las criaturas del mar, la hierba y las plantas de la tierra. El hombre fue invitado a formar parte de la creación, para tomar el sol, contemplar las estrellas por la noches y disfrutar de la abundante variedad de manjares que Dios nos proporcionó. Dios vio que todo lo que había creado era bueno.

“Entonces Dios dijo: «¡Miren! Les he dado todas las plantas con semilla que hay sobre la tierra y todos los árboles frutales para que les sirvan de alimento...” (Génesis 1:29). 

“Todos los animales de la tierra, todas las aves del cielo, todos los animales pequeños que corren por el suelo y todos los peces del mar tendrán temor y terror de ustedes. Yo los he puesto bajo su autoridad. Se los he dado a ustedes como alimento, como les he dado también los granos y las verduras” (Génesis 9: 2-3).

No debemos olvidar que las moras, las zanahorias en la tierra y el jugo de naranja son regalos de nuestro Creador. Él nos ha dado más de lo que podemos pedir. Nos dio los vegetales y las especias para nutrir nuestros cuerpos. ¡Y no solo eso!, sino que también les dio olores y sabores agradables y deliciosos.

A menudo le agradezco a Dios por cada una de mis papilas gustativas. A través de ellas, nuestro cuerpo puede saber si algo es dulce o amargo, o incluso si es venenoso. Sin estas papilas no podríamos saborear toda la riqueza del chocolate, la acidez del aderezo en la ensalada ni lo dulce de la piña en nuestros tacos al pastor. 

Nuestra capacidad de saborear me recuerda una historia en la Biblia. En el desierto, Dios proveyó a los israelitas un pan llamado maná, el cual fue su sustento por 40 años. Dios le dio a este pan un sabor familiar para ellos. 

“Los israelitas llamaron maná al alimento. Era blanco como la semilla de cilantro, y tenía un gusto parecido a obleas con miel” (Éxodo 16:31). 

Este es un testimonio de la fidelidad de Dios. La relación de Israel con Dios y con la comida fue probada en el desierto. Él les instruyó que solo tomaran el pan necesario para cada día. Cuando el pueblo de Israel recogió comida de más, desobedeciendo su mandato, a la mañana siguiente el maná adicional se llenó de gusanos. Los israelitas literalmente vivían del pan diario que el Señor les daba.

Dios también ha provisto para nosotros un pan espiritual. Juan 6:35 dice: 

“Jesús les respondió:

—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca volverá a tener hambre; el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

Es a través de Jesucristo que podemos disfrutar el alimento que solo Dios puede proveer. Así como no podemos sobrevivir sin comida, cuando buscamos una vida centrada en Dios, también necesitamos nuestro alimento espiritual diario. 

Ambas relaciones, con Dios y con la comida, son necesarias para la sobrevivencia del pueblo de Dios. Si alguna de estas dos relaciones se rompe, no hay vida. Estas enseñanzas alrededor de la comida nos ayudan a comprender cuán necesario es Dios para nosotros, cuánto nos nutre y que provee más de lo que necesitamos.

No debemos convertir la comida en un ídolo.

Aunque tener una relación sana con la comida es importante y hasta indispensable, debemos ser cuidadosos de no convertirla en un ídolo. 

“No se preocupen tanto por las cosas que se echan a perder, tal como la comida. Pongan su energía en buscar la vida eterna que puede darles el Hijo del Hombre” (Juan 6:27).

Idolatrar la comida tiene consecuencias trágicas, como sucede con los trastornos alimenticios. Las personas que padecen estos trastornos, saben en su mente que la comida es buena, sin embargo, hay fuerzas poderosas esclavizándolas a la comida, diciéndoles lo que no deben comer o cuándo necesitan purgarse. 

Debemos tener gracia hacia aquellos que sufren estas enfermedades. Su batalla no es solo física, también es una batalla mental y espiritual. 

Por otro lado, existe una versión “moderada” de la idolatría a la comida. Desafortunadamente, en nuestra cultura es tan común que se confunde con algo positivo cuando en realidad es todo lo contrario. 

En el libro Supper of the Lamb (La cena del Cordero, en español) el autor argumenta que aunque algunas personas se obsesionan contando calorías, de hecho nadie ha visto una caloría jamás. Es una simple unidad de medida, así como el metro. Cuando nos referimos a un metro,  podemos pensar en una vara de metal con rayitas en ella, pero nadie puede ver realmente cómo es un metro ni una caloría. 

No es malo hacer dieta o prestar atención a los nutrientes que estamos consumiendo. Pero usar las calorías como la única guía para definir nuestros hábitos alimenticios, renunciando a comer cualquier cosa que nos traiga alegría, es una triste forma de vivir y tampoco es la manera en que la bendición de comer fue diseñada en el principio. 

En la actualidad, encontramos otro extremo denominado “desiertos de comida”. Un desierto de comida es un lugar donde hay acceso limitado a cierta variedad de alimentos sanos y costeables (Duko, 2012). Esta situación se da mayormente en grandes ciudades donde las personas rara vez han visto productos de la tierra. 

En los Estados Unidos es muy común que los niños de zonas urbanas no sepan de dónde vienen los alimentos, no conocen granjas y reconocen una cantidad muy limitada de frutas y verduras porque no han sido expuestos a la hermosa variedad de alimentos que Dios ha creado. 

Cuando perdemos la conexión con los alimentos que Dios nos da a través de la tierra, perdemos de vista que la comida es mucho más que solo calorías que nos hacen subir de peso. Dejamos de ver la comida como algo bueno, como Dios la creó. Esta también es una relación enfermiza con la comida. 

Te animo a reflexionar sobre tu relación con la comida. Para ti la comida ¿trae deleite o vergüenza? ¿Es algo que está constantemente en tu mente? ¿Estás enfocado en la cantidad mínima de alimentos que debes consumir en un día? 

No hay una solución fácil. Es necesario poner nuestra relación con la comida delante de Dios cada día, ya que toma tiempo sanar. Se requiere práctica y un cambio de perspectiva para ver la comida como un regalo de Dios y para ver el acto de comer como una pequeña celebración. 

“Oh Señor, renueva nuestra sensibilidad. Danos nuestra probadita diaria. Restáuranos con sopas en las que las cucharas no se hundan y con salsas que sean siempre diferentes.

Levanta entre nosotros guisados que tengan mucha más salsa de la que nuestro pan pueda absorber, y cazuelas con el almidón y la sustancia necesaria para nuestra escuálida modernidad. 

Llévate nuestro temor a la grasa corporal y alégranos con el buen óleo que desciende por la barba de Aarón. Danos pasta con cientos de rellenos diferentes y arroz en miles de variedades. 

Sobre todo, danos gracia para vivir como hombres verdaderos: ayunar hasta llegar a una comprensión renovada de lo que tenemos y luego comer con gratitud por todo lo que está a nuestro alcance. 

Aleja de nosotros, oh generoso Dios, a todas las criaturas de las tinieblas. Echa fuera los demonios que nos han poseído. Líbranos del miedo a las calorías y de la obsesión por la nutrición. Libéranos una vez más en nuestra propia tierra, para que podamos servirte como tú nos has bendecido: con el rocío del cielo, la grosura de la tierra y la abundancia del maíz. Amén” (Capon, 27-28). 

Capon, Robert F. Supper of the Lamb. Farrar, Straus and Giroux. Kindle Edition.

Dutko, Paula, Michele Ver Ploeg, and Tracey Farrigan. Characteristics and Influential Factors of Food Deserts, ERR-140, U.S. Department of Agriculture, Economic Research Service, August 2012.

Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente.

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