3 cosas que aprendí siendo una principiante
Dios nos ha dado un cerebro maravilloso que sigue aprendiendo
Por Adaía Sánchez
Cuando era pequeña tuve pocas oportunidades de jugar deportes con pelotas. En las contadas experiencias en las que participé, mis movimientos eran torpes, me golpeaban balones en la cara y mis compañeros de equipo se frustraban ante mi falta de habilidad.
No era para nada divertido, así que me rendí y adopté, como parte de mi identidad, la creencia de que simplemente no se me daban los deportes con balones.
A cualquiera que me conoce bien le parecerá increíble que a mis 28 años estoy aprendiendo a jugar futbol por primera vez. Decidí intentarlo en esta época de pandemia, ya que era una manera de conectar con mi esposo, que es amante de este deporte.
También lo vi como una buena oportunidad para realizar una actividad física por el simple hecho de moverme, dejando de lado las expectativas de quemar calorías o de alcanzar cierto progreso.
Por lo general, en nuestras rutinas de ejercicio corremos el riesgo de enfocarnos demasiado en los resultados, tanto que nuestra satisfacción y gozo se da 100% en función de qué tan bien nos desempeñamos.
Quizá es por esto que, cuando se trata de ejercitarnos, muchas veces buscamos las opciones en las que nos sentimos más confiadas, en las que tenemos más destreza o menos probabilidades de fallar.
En mi propia experiencia como una principiante en el futbol, he aprendido tanto que estoy convencida de que vale la pena arriesgarse e intentar cosas nuevas. A continuación comparto 3 cosas que descubrí:
1. Es posible enfrentar nuestros miedos.
Mi miedo a los balones es real. Mi primera reacción es taparme la cara y hacerme bolita para evitar que me caigan encima. Pero, en el fondo, creo que mi miedo a hacer el ridículo o a no ser buena en algo, es todavía mayor.
Estos entrenamientos han sido la oportunidad perfecta para enfrentar mis temores. Es incómodo y frustrante cuando «no doy una» en el juego, pero he aprendido a no tomármelo tan en serio, a reírme más de mí misma, a no ser tan dura conmigo y a celebrar los pequeños avances, por mínimos que parezcan.
2. Los fracasos no nos definen.
Sin darme cuenta, por muchos años permití que la creencia de que no era buena con los balones me limitara y me mantuviera al margen de muchas experiencias que pudieron haber sido divertidas y enriquecedoras.
Todavía hay días en que pienso: «Nunca podré hacerlo bien» pero la realidad es que sí he avanzado. El esfuerzo físico que hago cada día, a pesar de mis fallas, está dando fruto. Estoy comenzando a disfrutar el proceso y no solo los goles.
3. Mi cuerpo está diseñado para hacer esto y más.
Al principio veía imposible el poder adquirir las habilidades físicas para este deporte a estas alturas de mi vida. Pero al paso de las semanas me di cuenta de dos cosas:
La primera es que todo el movimiento del cuerpo se basa en las mismas reglas. Por muchos años entrené como bailarina de ballet, una disciplina muy diferente al futbol. No obstante, ambas comparten algunas cosas. Por ejemplo: la posición y fuerza de los pies, poner todo tu peso en un solo pie para tener el otro libre y usar el movimiento de los brazos para obtener más impulso.
Incluso los movimientos más complejos se basan en otros más sencillos que usamos en la vida diaria al caminar, brincar, sentarnos, sostener cosas y más. Entonces si contamos con la capacidad de hacer los más básicos, es casi seguro que tenemos el potencial de aprender otros más avanzados.
Lo segundo es que tuve que aprender muchas habilidades nuevas que no había desarrollado intencionalmente por mucho tiempo, como la velocidad de reacción. Comprendí que el hecho de que no haya ejercitado esta función por un largo rato, no implica que soy mala para hacerlo.
Además, desarrollar mi velocidad de reacción trae muchos beneficios para la vida diaria: más agilidad mental, tener buenos reflejos y evitar accidentes desde tazas rotas hasta lesiones severas.
Dios nos ha dado un cerebro maravilloso que sigue aprendiendo y cambiando durante toda nuestra vida. Esto nos abre la posibilidad de cultivar cosas nuevas y diferentes que quizá nunca nos imaginamos.
Para algunas de nosotras esto puede implicar tomar una clase de ejercicio por primera vez o incursionar en una disciplina artística como la danza, si es que solo hemos practicado deportes. Sea cual sea nuestro siguiente paso, no nos amedrentemos por nuestro miedo al fracaso. Ser principiante trae sus propios beneficios.
No aspiro a ser una jugadora profesional pero sí a no vivir limitada por mis temores. Dios me ofrece libertad aun en esto.
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La osteoporosis se puede prevenir
Algunas acciones que podemos implementar
Por la Dra. Carla García Blumenkron
La osteoporosis es una enfermedad en la que se presenta pérdida de tejido óseo, lo cual significa que los huesos se vuelven porosos y frágiles. Por lo general, afecta más a las mujeres después de la menopausia. Sin embargo, se han visto casos en mujeres jóvenes, por lo que es importante mantener una adecuada densidad mineral ósea durante toda nuestra vida.
Las causas pueden ser: la predisposición genética, un estilo de vida sedentario, la menopausia, bajo peso y baja estatura.
Los síntomas son: dolor óseo, deformación y acortamiento de los huesos y vértebras o reducción de la movilidad y fracturas espontáneas.
Puede ser que no detectemos la osteoporosis en fases tempranas, ya que las fracturas (que son el principal síntoma) se presentan cuando ya existe una disminución importante de la densidad mineral ósea y la enfermedad ha avanzado. Por esa razón es importante realizarse estudios de densitometría ósea de columna y cadera de forma periódica, especialmente a partir de la menopausia.
Esta enfermedad se puede prevenir y controlar ya que gracias a Dios, en la actualidad existen varios tratamientos disponibles.
Algunas acciones que podemos implementar desde ahora para prevenir la osteoporosis son: evitar fumar y el consumo excesivo de alcohol y café, buscar una exposición moderada al sol y mantener un peso saludable. Lo principal es tener una dieta rica en calcio y vitamina D, y hacer ejercicio apropiado según nuestra edad.
Estas dos prácticas son básicas para fortalecer nuestros huesos:
1. Ejercicio físico
La estimulación a nivel celular de la formación de los huesos, se puede lograr mediante el ejercicio físico regular. Algunas actividades que nos pueden ayudar son: pilates, natación, yoga y rutinas con peso.
Al principio, la fuerza que realizamos con nuestro propio peso del cuerpo es suficiente para nuestros huesos. Para cargar mayor peso es necesario que sea bajo la supervisión de un entrenador el cual sabrá añadir lo adecuado para cada necesidad.
2. Alimentación
Todos los alimentos ricos en calcio nos ayudan a mantener huesos fuertes. El calcio no solo se encuentra en los lácteos. Muchos otros alimentos lo contienen, por ejemplo: el brócoli, almendras, col rizada (kale), linaza, espinaca, kiwi, salmón, higo, avena enriquecida, sardinas y naranja. Las personas menores de 50 años deben ingerir 1000 mg de calcio diarios, y las mayores de 50 años, 1,200 mg diarios.
La vitamina D es indispensable para la óptima absorción del calcio. Se recomienda ingerir un mínimo de 600 UI de vitamina D cada día. La podemos encontrar en alimentos como: el aguacate, lácteos, atún, salmón, sardinas, hígado de res, yema de huevo y algunos hongos.
Este es un ejemplo de un menú que cubre los requerimientos diarios de calcio y vitamina D. Podemos hacer diferentes y deliciosas combinaciones para que no falten en nuestras comidas.
Desayuno:
200 ml de yogurt natural fortificado con vitamina D
Omelette de huevos con espinaca y queso panela
Comida:
150 g de salmón asado con verduras y/u hongos
1/3 de aguacate
Agua de zumo de naranja
Cena:
Licuado de fresa con leche
Sándwich de atún
Colaciones:
15 almendras o 10 higos o 10 nueces
1 rebanada de queso panela
Dios nos ha dado un cuerpo maravilloso. Nuestros huesos son muy importantes para la vida diaria, ya que sin ellos no podríamos sostenernos o movernos. Está en nuestras manos tomar las medidas apropiadas para cuidarlos y así disfrutar de una mejor calidad de vida el tiempo que Dios nos dé.
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Hay bendición en ser previsora
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En varias ocasiones, cuando visito a un nuevo ginecólogo o médico especialista, me hace muchas preguntas de datos y fechas que no siempre tengo presentes.
Llevo más de seis décadas en este planeta y he pasado por varios consultorios, doctores y hospitales. Naturalmente, aunque me es fácil recordar algunos datos básicos, a veces se me escapan otros detalles.
De joven nadie me dijo que sería importante llevar un registro personal de mis antecedentes e historia clínica incluyendo padecimientos y medicamentos, así como datos de mi vida sexual y reproductiva. Esta información es muy importante porque le sirve a los doctores al diagnosticar enfermedades y para tomar en cuenta posibles contraindicaciones al dar un tratamiento.
De haberlo sabido, desde jovencita hubiera hecho esta lista, porque ya no recuerdo algunos datos con exactitud. Sin embargo, como nunca es tarde, desde hace tiempo elaboré una tabla con todos estos detalles. Esto me facilita compartir toda la información que requieren mis doctores.
Es importante añadir a este documento los antecedentes familiares, es decir, enfermedades que sufrieron mis padres y abuelos.
Esta es una muestra de mi lista.
Antecedentes familiares
Enfermedades crónicas de padres, abuelos maternos y paternos.
Cirugías
Nombre del padecimiento y fecha en que se realizó la cirugía
Ginecólogo
¿Cuándo inició su ciclo menstrual?
¿Cuándo inició su vida sexual?
¿En qué año tuvo su primer embarazo? ¿Cuántos embarazos tuvo? ¿Fueron partos normales o cesáreas?
¿Tuvo algún aborto, qué edad tenía?
¿Ha tomado anticonceptivos? ¿Durante cuánto tiempo?
¿Ha tenido tratamiento de reemplazo hormonal? ¿Cuánto tiempo?
Médico general
Tipo de sangre ¿Es alérgica a algún medicamento?
Padecimientos actuales y medicamentos que toma.
Otros especialistas
Esta tabla se puede expandir con una sección para cada especialista, incluyendo toda la información que sea útil: citas, medicamentos, estudios y conclusiones del galeno.
Originalmente elaboré mi documento e imprimí una copia para ponerla en la carpeta que llevaba a mi cita, porque tengo una para cada especialidad. Así que debía mover mi hojita cada vez que iba con otro doctor. Aunque era medio latoso, estaba cubierta con la información.
Después descubrí que, como mi archivo estaba guardado en la nube, ligado a mi cuenta de correo electrónico, podía consultarla desde mi teléfono móvil. ¡Qué maravilla!
Otro de los beneficios de esto es que, en caso de sufrir un accidente, mi esposo o mis hijos pueden tener acceso a esta información, ya que puedo compartir con ellos este documento.
Además si personas diferentes me cuidaran en el hospital y no todos estuvieran a la hora en que el médico tratante da las indicaciones, podrían usar este recurso para anotar las novedades en esta hojita y todos tendrían acceso automático a ellas. En momentos difíciles, esto podría aligerar la carga de todos a mi alrededor.
Sé que el Señor tiene mi vida en sus manos, pero también sé que hay bendición en ser previsora.
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