Margen
Por Cynthia Ramírez de Rodiles
El día de hoy todos estamos enfermos. Hay que comenzar aceptando esta realidad. Nuestra enfermedad no es la que todos tenemos en mente. En estos momentos de crisis existen cosas que contribuyen a que nuestro mundo esté lleno de sufrimiento. Pero la enfermedad a la que me refiero es la falta de margen en nuestras vidas.
Hemos aceptado con el pretexto de la modernidad, dejarnos llevar por un sistema que va en contra de lo que Dios diseñó para nosotros. Sin querer, nos hemos «subido al tren» del progreso, diciéndole al mundo que más de todo y más rápido siempre es mejor. Hemos puesto nuestra fe en la tecnología y lo que el mundo nos ofrece, creyendo que el futuro será un mundo más seguro en el cual podremos realmente vivir.
Sin darnos cuenta, hemos dispuesto nuestro tiempo, dinero y esfuerzo para buscar nuevas formas de vivir más cómodas, con menos trabajo y con más seguridad y opciones. Lo que no sabemos es el costo de estas decisiones. Sí, el progreso es bueno para la humanidad. Pero el progreso también nos empuja hacia más estrés, cambio, complejidad, intensidad, velocidad y más que nada, sobrecarga.
La sobrecarga no la vemos con tanta facilidad, pero sí la sentimos. Nuestros cuerpos están cansados, nuestros cerebros confundidos y desenfocados, nuestras familias quebrantadas y nuestras almas en riesgo. El antídoto para esta sobrecarga es escoger vivir con margen.
Definimos margen como el espacio entre nuestras cargas y nuestros límites. El Dr. Richard A. Swenson, en varios de sus libros sobre el tema, nos anima a estudiar con cuidado los síntomas de esta sobrecarga, pelear con todo nuestro ser y retomar el margen para el cual fuimos diseñados. En este proceso es importante recordar que tenemos límites.
El aceptar nuestra limitación como seres humanos nos trae libertad. Al final, reconocer que Dios es Dios y nosotros no lo somos es el comienzo de una relación profunda, honesta y transformadora con nuestro Padre. Nos permite celebrar quiénes somos: hijos amados de un Creador. Si entendemos bien quién y de quién somos, podemos decir que sí a lo que nuestro Creador nos ofrece: Una vida con limitaciones, bajo su soberanía y que depende de él, en la cual nosotros no intentamos ser dioses ni todopoderosos. Ahí encontramos verdadera vida y libertad.
Nuestra generación está viviendo en un mundo cuyo Dios aparentemente ya no los invita a estar «en lugares de delicados pastos o junto a aguas de reposo» (Salmo 23). ¿Creemos que Dios está a favor del agotamiento? ¿Podemos tener un encuentro con Dios solo si logramos hacer todo y lo hacemos más rápido que antes? La respuesta es un acentuado NO. Dios no ha cambiado. Nosotros hemos cambiado y desviado nuestra idolatría hacia el «progreso de la humanidad».
Estamos viviendo un aceleramiento sin precedente de: velocidad de viajes, el poder de las computadoras, la era de la información, niveles de litigación, avances tecnológicos, deudas internacionales, sobrepoblación, movilidad, vulnerabilidad al terrorismo, congestión de tráfico en tierra y aire, disponibilidad de drogas, aborto, desintegración de la familia, desaparición de tradiciones y control de la población a través de los medios de comunicación, por mencionar algunos.
¿Qué hacer ante esta gran era de sobrecarga? ¿Cómo retomar el margen de nuevo? ¿Cómo comenzar a vivir en nuestras limitaciones una vez más?
Aquí menciono algunas recomendaciones tomadas de la investigación del Dr. Richard Swanson. Unas son más fáciles de implementar que otras y cada quien es diferente, pero todos podemos ir poco a poco retomando el diseño de Dios para nuestras vidas. Después, con la gracia de Dios y mucho, mucho trabajo, podremos de nuevo llegar a los «lugares de delicados pastos» y las «aguas de reposo» que el Señor nos ofrece. Al estar ahí, todo habrá valido la pena.
En medio de la complejidad de nuestra vida, Dios aún nos busca y nos habla. Eso es cierto, pero también nos invita a ser intencionales y a crear espacio para retomar el margen que él desea para nosotros.
La recomendación primordial es sencilla: Crear más espacio entre nuestra carga actual y nuestras limitaciones. Es decir, necesitamos asegurarnos de que tenemos el poder (energía, tiempo, habilidad, finanzas, estructura social, entrenamiento, fortaleza física y emocional, etc.) para lo que aceptamos en nuestra vida como una carga (trabajo, problemas, obligaciones, compromisos, expectativas internas y externas, deudas, conflictos interpersonales y más).
Por ejemplo, si tenemos 24 horas al día, planeemos dormir 8 y ver menos televisión. Guardemos una hora para descansar y responder a las interrupciones que surjan. Si tenemos 100 pesos, usemos 70 y ahorremos 30 para tener un guardadito para los imprevistos. Protejamos el margen.
Hay cosas que no podemos controlar, pero hay otras que sí están bajo nuestro control. No somos víctimas del sistema. No tenemos que creer que esto es lo que nos tocó y no tenemos opción. La mayoría de las veces, sí podemos hacer algo al respecto.
Vivir con intención. Nadie más va a hacer los cambios por nosotros. Lara Casey, que fundó un ministerio para apoyar a personas que quieren definir sus metas con base en lo que verdaderamente importa, dice: “Cuando el dolor de quedarte igual sea mayor al dolor que causa el cambio, vas a hacer algo al respecto”. Tiene mucha razón. Nadie tiene tiempo para ayudarnos y nadie lo va a hacer por nosotros. Si sentimos que la vida pasa demasiado rápido y que estamos en un tren que alguien más está manejando, decidamos cambiar. Dios nos puede dirigir y nos va a ayudar, pero tenemos que estar dispuestos.
Recordar cada día que Dios es el Creador y que nosotros tenemos límites. Es bueno escribirlo y verlo cada día. No esperemos de nosotros mismos ni de otros lo que solo Dios puede hacer. Recordemos quiénes somos. Tenemos un Creador infinito y somos parte de su creación finita.
Poner todo en orden. Las personas son más importantes que las cosas. La muerte nos recuerda que todos tenemos nuestros días contados. Cada día que tenemos es un regalo de Dios para estar en relación con otros. Si creemos que Dios creó al ser humano a su imagen y que todas las personas valen, debemos asegurarnos de que nuestras decisiones y relaciones reflejen nuestra teología.
Aprender a decir que no. Para decir que sí a la invitación de Dios para nuestras vidas es necesario decir que no a otras cosas. Todos tenemos solamente 24 horas en nuestros días, ni un minuto más ni un minuto menos. Es imposible que el día sea más largo. No estamos llamados a hacer todo. Dejemos de hacer cosas buenas para poder enfocarnos en lo mejor.
Dejar de correr. Bajarle al ritmo de vida. ¿Por qué tenemos tanta prisa? Dios creó el tiempo y creó el tiempo suficiente. No se le olvidó añadir una hora más a nuestro día. Dios trabaja en una línea de tiempo muy diferente a la nuestra. Cuando Jesús estaba en la Tierra caminaba a todos lados. Se tomaba el tiempo para ministrarle a la persona que estaba justo frente a él. No corría a todos lados. Tenemos que aprender a detenernos y poner atención a la persona que está frente a nosotros. No significa que no avancemos. Existe una línea muy delgada entre ir rápido e ir demasiado rápido. Dallas Willard dijo: «El enemigo más grande de nuestra alma es la prisa. Tienes que despiadadamente eliminar la prisa de tu vida». Aunque nos cueste admitirlo, el reloj y Cristo no son buenos amigos. De una manera paradójica, tenemos que ir más despacio para poder alcanzar a Dios.
Vivir sencillamente y aprender a tener contentamiento. Recordemos que no fuimos creados para solo cuidar de nuestras cosas. Estas existen para servirnos a nosotros y para que podamos llevar a cabo el llamado de Dios en nuestras vidas. Dejemos de compararnos con nuestros vecinos y busquemos tener solo lo que necesitamos. Las cosas no deben tener el afecto de nuestro corazón. Un hombre cuáquero cuenta que alguien de fuera llegó a su comunidad. Al darle la bienvenida le dijo: «Si algún día necesitas algo, no dudes en buscarme. Con mucho gusto te explico cómo vivir sin eso». Hay mucha sabiduría ahí.
Dominar la tecnología. No podemos vivir con margen si no apagamos la tecnología. Es importante tomar un tiempo para discernir cuál debe ser nuestra relación con la tecnología. No podemos contestar todos los mensajes que llegan, en el momento que nos llegan con la misma calidad de intención y profundidad. No podemos despertar todos los días esperando que nuestros dispositivos nos marquen lo que es más importante para cada día. Apaguemos nuestros dispositivos. Creemos espacios en los cuales estos no nos dicten lo que hacemos con cada momento en familia. Creemos límites claros. Busquemos el botón de APAGADO y usémoslo.
Desconectarnos y buscar tiempos de soledad con Dios. Busquemos una práctica de descanso con Dios, de preferencia un día completo de 24 horas en el cual podemos detenernos, parar, descansar, alabar y deleitarnos con nuestro Creador. Ahora no tenemos espacios naturales para estar solos, han desaparecido por completo. Pero podemos crearlos y pelear por ellos. Todos necesitamos tiempo para descansar y espacio para escucharnos pensar. No podemos saber lo que está pasando en nuestro corazón y nuestras emociones si no estamos en silencio y dejamos de escuchar las voces de los demás. Dios nos habla a veces en susurros. El ruido a nuestro alrededor nos impide escucharlo. Hagámoslo una prioridad.
Apagar la televisión. Si sentimos que nos hace falta tiempo, apaguemos la televisión. El mexicano promedio tiene prendida la tele 8 horas y 23 minutos al día. ¡Toda una jornada de trabajo! Es difícil, pero veremos una gran diferencia.
Controlar nuestras deudas. Vivamos dentro de nuestros límites. Si no nos alcanza, no lo compremos. Ataquemos nuestros pagos mensuales con pasión. El deseo de Dios no es que estemos preocupados todo el tiempo por el dinero. Gastemos menos.
Establecer y defender los límites en la familia. Podemos decidir el ambiente de nuestra casa. Muchas veces los límites nos dan libertad para vivir abundantemente. (Por ejemplo, si estamos casados podemos escoger no salir a solas con alguien del género opuesto que no sea nuestra pareja. Es un límite claro que muestra con claridad nuestras prioridades y que nos puede proteger). En ocasiones permitimos que otros crucen líneas relacionales que están ahí para crear un espacio seguro entre dos o más personas. No aceptemos comportamientos insanos por miedo a decepcionar a otros. Jesús decepcionó a muchas personas. Aceptemos que no estamos en esta Tierra para agradar a todos.
Descansar y dormir. Jesús mismo tomó siestas y salió de reuniones para descansar. El escoger dormir cada noche es de los actos de fe más claros que podemos practicar. Escogemos decir «Dios, tú puedes sostener el mundo mientras yo duermo. Confío en ti y descanso en tu soberanía para mi y para mi familia. Descanso en paz porque tú no duermes». Peleemos por 7-8 horas de sueño de calidad cada noche. Es un lujo en estos días, pero podemos priorizarlo y disfrutarlo. Dios nos diseñó para dormir. ¡Es un gran regalo!
Disfrutar de la vida, reírnos, escuchar música y pasar tiempo en la naturaleza. Los que ríen más, sanan más fácilmente. ¡Un niño de 4 años se ríe cada 4 minutos; 400 veces al día! Pero una persona de más de 53 años se ríe 15 veces al día. Es muy triste. ¡Dios nos ofrece vida en abundancia! Decidamos disfrutar de sus regalos más preciados día a día. La música y la naturaleza nos apuntan a la creatividad de Dios.
Invertir en amistades profundas. No necesitamos ser amigos de todos, solo de algunas personas que nos guíen hacia Jesús. La mejor medicina incluye buenas amistades. Tengamos conversaciones difíciles y profundas, no sencillas, fáciles y superficiales. Seamos un buen amigo y no nos sorprendamos cuando haya interrupciones en nuestro día. Dios trabaja, la mayoría del tiempo, por medio de esas interrupciones.
Tener fe en Dios. No intentemos ser dios para nuestra familia, amistades o en nuestro trabajo. No intentemos controlar nuestra salud. No pretendamos hacer lo que no podemos. No nos comprometamos con cosas que sabemos no nos corresponden. No tomemos cargas que no fueron diseñadas para nosotros. Dios es Dios. Nosotros somos sus hijos amados. Esa es la verdad y la Verdad nos hará libres.
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