3 cosas que aprendí siendo una principiante

Foto por Phil Eager

Dios nos ha dado un cerebro maravilloso que sigue aprendiendo

Por Adaía Sánchez

Cuando era pequeña tuve pocas oportunidades de jugar deportes con pelotas. En las contadas experiencias en las que participé, mis movimientos eran torpes, me golpeaban balones en la cara y mis compañeros de equipo se frustraban ante mi falta de habilidad.

No era para nada divertido, así que me rendí y adopté, como parte de mi identidad, la creencia de que simplemente no se me daban los deportes con balones. 

A cualquiera que me conoce bien le parecerá increíble que a mis 28 años estoy aprendiendo a jugar futbol por primera vez. Decidí intentarlo en esta época de pandemia, ya que era una manera de conectar con mi esposo, que es amante de este deporte. 

También lo vi como una buena oportunidad para realizar una actividad física por el simple hecho de moverme, dejando de lado las expectativas de quemar calorías o de alcanzar cierto progreso.

Por lo general, en nuestras rutinas de ejercicio corremos el riesgo de enfocarnos demasiado en los resultados, tanto que nuestra satisfacción y gozo se da 100% en función de qué tan bien nos desempeñamos.

Quizá es por esto que, cuando se trata de ejercitarnos, muchas veces buscamos las opciones en las que nos sentimos más confiadas, en las que tenemos más destreza o menos probabilidades de fallar.

En mi propia experiencia como una principiante en el futbol, he aprendido tanto que estoy convencida de que vale la pena arriesgarse e intentar cosas nuevas. A continuación comparto 3 cosas que descubrí: 

1. Es posible enfrentar nuestros miedos. 

Mi miedo a los balones es real. Mi primera reacción es taparme la cara y hacerme bolita para evitar que me caigan encima. Pero, en el fondo, creo que mi miedo a hacer el ridículo o a no ser buena en algo, es todavía mayor. 

Estos entrenamientos han sido la oportunidad perfecta para enfrentar mis temores. Es incómodo y frustrante cuando «no doy una» en el juego, pero he aprendido a no tomármelo tan en serio, a reírme más de mí misma, a no ser tan dura conmigo y a celebrar los pequeños avances, por mínimos que parezcan.

2. Los fracasos no nos definen.

Sin darme cuenta, por muchos años permití que la creencia de que no era buena con los balones me limitara y me mantuviera al margen de muchas experiencias que pudieron haber sido divertidas y enriquecedoras.

Todavía hay días en que pienso: «Nunca podré hacerlo bien» pero la realidad es que sí he avanzado. El esfuerzo físico que hago cada día, a pesar de mis fallas, está dando fruto. Estoy comenzando a disfrutar el proceso y no solo los goles.

3. Mi cuerpo está diseñado para hacer esto y más. 

Al principio veía imposible el poder adquirir las habilidades físicas para este deporte a estas alturas de mi vida. Pero al paso de las semanas me di cuenta de dos cosas: 

La primera es que todo el movimiento del cuerpo se basa en las mismas reglas. Por muchos años entrené como bailarina de ballet, una disciplina muy diferente al futbol. No obstante, ambas comparten algunas cosas. Por ejemplo: la posición y fuerza de los pies, poner todo tu peso en un solo pie para tener el otro libre y usar el movimiento de los brazos para obtener más impulso. 

Incluso los movimientos más complejos se basan en otros más sencillos que usamos en la vida diaria al caminar, brincar, sentarnos, sostener cosas y más. Entonces si contamos con la capacidad de hacer los más básicos, es casi seguro que tenemos el potencial de aprender otros más avanzados. 

Lo segundo es que tuve que aprender muchas habilidades nuevas que no había desarrollado intencionalmente por mucho tiempo, como la velocidad de reacción. Comprendí que el hecho de que no haya ejercitado esta función por un largo rato, no implica que soy mala para hacerlo. 

Además, desarrollar mi velocidad de reacción trae muchos beneficios para la vida diaria: más agilidad mental, tener buenos reflejos y evitar accidentes desde tazas rotas hasta lesiones severas.

Dios nos ha dado un cerebro maravilloso que sigue aprendiendo y cambiando durante toda nuestra vida. Esto nos abre la posibilidad de cultivar cosas nuevas y diferentes que quizá nunca nos imaginamos.

Para algunas de nosotras esto puede implicar tomar una clase de ejercicio por primera vez o incursionar en una disciplina artística como la danza, si es que solo hemos practicado deportes. Sea cual sea nuestro siguiente paso, no nos amedrentemos por nuestro miedo al fracaso. Ser principiante trae sus propios beneficios. 

No aspiro a ser una jugadora profesional pero sí a no vivir limitada por mis temores. Dios me ofrece libertad aun en esto. 


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