Intenzion

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Paz y esperanza en medio de la tormenta

 Foto por Marian Ramsey

Por Adaia Dominique Boche

Llevaba días sufriendo de ansiedad y dolor. Hacía mucho frío, el cielo estaba nublado, no paraba de llover y todo parecía estar mal. ¿Por qué me sentía así? Es cierto que tenía problemas, algunas cosas no salieron como esperaba, pero si lo pensaba, no era tan grave. 

¿Acaso no confiaba en Dios? ¿Había algo mal conmigo? ¿Por qué me sentía tan sola si en mi mente sabía que no lo estaba?

En los días siguientes descubrí que mi condición es más común de lo que creía. De hecho, muchas personas luchan con sentimientos similares. 

En mi caso, había cargado con esto por años. No sabía cómo ni por qué pero había dejado que estas emociones dirigieran mi vida. Cada decisión que tomé en los últimos años fue motivada por miedo a experimentar soledad o rechazo. 

Entonces recordé una historia. Tomé mi Biblia y leí:

“Y de repente se levantó una tempestad tan grande en el mar que las olas cubrían la barca, pero él dormía. Y acercándose, lo despertaron diciendo:

—¡Señor, sálvanos, que perecemos!

Y él les dijo:

—¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?

Entonces se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza”

(Mateo 8: 24- 25). 

Después de leer este pasaje entendí que toda mi ansiedad y temor tenían una raíz más profunda; el miedo a experimentar dolor. Es natural evitarlo. Sin embargo, yo había llevado mi miedo a un nivel peligroso.

A lo largo de mi vida, experimenté situaciones de rechazo y dolor que marcaron mi corazón. Inconscientemente había escondido y minimizado cualquier situación que me hiciera sentir vulnerable. Me escondí tras un escudo de seguridad para hacerme creer que podía controlar todo lo que ocurría a mi alrededor y así, no salir lastimada.

Nunca había compartido esto con ninguna de las personas que me aman y me acostumbré a ignorarlo y llevarlo como una carga. Ahora entiendo que si hay algo que no puedo contarle a nadie, me está esclavizando.

Pero ahora me encontraba frente a una pila enorme de cosas que había ocultado por años. Me sentí como los discípulos en la barca: sin salida y rebasada por una situación más grande que yo. No había dónde esconderme. Esta vez tenía que quedarme en la tormenta. 

Estar en esta posición me llevó a rendirme por completo a Jesús y comprendí que aunque mi miedo era más grande que yo, el amor de Cristo es aún mayor y que estaba en medio de esa tormenta porque Él así lo quería. 

Tenía que permitir que el dolor entrara a mi vida para poder sanar.  En mis pensamientos resonaban las palabras de Jesús: 

– ¿Por qué tienes miedo? Yo estoy aquí contigo.

Descubrí que prefería estar en medio de la tempestad con Jesús, que tranquila en la orilla lejos de Él. Jesús rompió las cadenas que me habían esclavizado y en medio del dolor encontré paz y esperanza. Pasar por la aflicción que tanto temía, trajo bendición y sanidad a mi vida. 

Hoy puedo afirmar que sin importar cuán grandes sean las olas del mar, si me encuentro en la barca con mi Salvador, sin duda alguna llegaré a buen puerto. Estoy protegida y cuidada por Aquel al que “...aun los vientos y el mar le obedecen” (Mateo 8:27).

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