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Nutrición satisfactoria

Foto por Liz Pagliuco

Por Maddy Morrison

En un buffet normalmente llenamos varios platos con comida. Nos servimos mucha pasta, no podemos olvidar algo de elote y apilamos unos cuantos bollitos de mantequilla en la orilla del plato. 

Sin darnos cuenta, hemos llenado un plato solo con carbohidratos. Así que nos servimos otro, esta vez solo con carne. Nos servimos pollo, costillas, jamón y, tal vez, hasta una hamburguesa. Después de todo, ¡es un buffet!

Contrario a nuestra vida diaria, en la que normalmente comemos solo un plato de comida, en un buffet podemos comer hasta estar más que satisfechos. Incluso, nos servimos un plato solo de postres.

Esto me hace recordar uno de los temas que se trata en el libro de Eclesiastés: la idea de no estar satisfechos. Esta insatisfacción se presenta hacia el trabajo que ejercemos, la comida o bebida que hay en nuestra mesa o incluso con los hijos que tenemos. 

Como cristiana y cocinera profesional, me doy cuenta de que mi relación con la comida es diferente a la de los demás. En el mundo de la alta cocina, las estrellas Michelin y los críticos culinarios, convertirse en una sensación del internet y lograr platillos inmaculados es la meta para cada chef. Nunca estamos realmente satisfechos, siempre hay algo más que queremos, un estándar más alto que alcanzar. 

Sin embargo, como cristianos se nos anima a disfrutar de las cosas simples que Dios nos ha dado, a participar de la comunión en la familia de Dios, a detenernos a partir el pan para reflexionar y a estar satisfechos con cualquier cosa que el Señor nos ponga enfrente. 

¡Qué gran contraste! Estos son los dos mundos en los que vivo: mi fe y mi carrera.

Muchos a mi alrededor alaban la rapidez con la que los cocineros preparan los alimentos. Suponen que lo que a una persona normal podría tomarle tres horas, a mí debería tomarme solo una. Pareciera que piensan que no disfruto el proceso de cocinar, creen que solo cocino para llegar al producto final.

En mi caso, no es así. Cocinar como una máquina de producción me parece una forma triste de ver la comida.

Por otro lado, hay quienes caen en el otro extremo (como también me ha pasado). Se sientan a la mesa y solo comen para obtener energía. Cuentan calorías, ingieren el mismo platillo todos los días o comen en silencio y solos. Su comida tal vez no tenga mucho sabor, y su tiempo en la mesa carece de compañía, pero hacen apenas lo suficiente para que sus cuerpos funcionen por las siguientes tres horas. 

Esa también es una forma triste de ver la comida.

En Eclesiastés encontramos la siguiente comparación:

“Hay un mal que he visto debajo del cielo, y muy común entre los hombres: El del hombre a quien Dios da riquezas y bienes y honra, y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero Dios no le da facultad de disfrutar de ello, sino que lo disfrutan los extraños. Esto es vanidad, y mal doloroso” (Eclesiastés 6:2).

Existen dos tipos de personas: Por un lado, el hombre que no está satisfecho y por otro, el hombre que sí lo está, porque se deleita en todas las cosas. 

Imaginemos que a cada uno de estos hombres le dan una manzana. Uno de ellos se deleitaría con la cáscara de la fruta, amaría el jugo que se escurre por su barbilla con cada mordida y saborearía la dulzura en su boca. En cambio, el otro hombre la tiraría y desearía haber recibido un pay de manzana. Ambos alimentos son deliciosos pero solo el hombre satisfecho es capaz de saborearlos.

La nutrición es un proceso lento.

Cuando hablamos de nutrición, a menudo pienso en una madre amamantando a su bebé y la lentitud y calma del proceso. Vemos a la mamá dándole besos a su hijo mientras lo alimenta con la leche de su pecho. Mientras su bebé crece, ella celebra cada pequeño cambio en su hijo y también se entristece al darse cuenta que pronto ya no necesitará la leche materna. Si pensamos en esto, nos daremos cuenta que la nutrición no es un proceso acelerado.

Como adultos seguimos buscando nutrición aunque de maneras muy diferentes. De acuerdo con el Merriam-Webster´s Dictionary, ser nutrido significa suministrar o sustentar con nutrientes, para promover el crecimiento y mantener nuestra estructura y soporte. 

En una comunidad centrada en Cristo, buscamos que haya nutrición, ya sea a través de estudios bíblicos para mujeres, consejería matrimonial o a través de comer juntos después de los cultos dominicales. Empoderamos, promovemos y abogamos a favor del crecimiento mutuo.

Muy a menudo permitimos que los compromisos en nuestras agendas dirijan lo que hacemos. Contamos las horas, rechazamos invitaciones e incluso planeamos nuestros tiempos para comer pero no los respetamos debido a la carga de trabajo. Entonces nos saltamos comidas o terminamos comiendo un sándwich en el carro o en el transporte público para usar nuestro tiempo de la manera más eficiente posible. No nos damos el lujo de sentarnos en una mesa con cubiertos a comer con otros. De esta forma estamos priorizando nuestras tareas sobre la interacción humana. 

Como cocinera profesional, irónicamente, también he caído en esto. Los cocineros, con frecuencia, comemos sobre un bote de basura o parados junto al fregadero. Nos sentamos en el piso fuera del restaurante para comer algo nutritivo pero simple y rápido, solo para no desmayarnos en medio de un turno de 14 horas.

Creamos comida hermosa y también nos encanta comerla. Entendemos de manera más profunda el lujo de comer acompañado, pues creamos esta experiencia para nuestros comensales. 

Como chef es una de las cosas que más me duelen, pero es como he comido durante los últimos ocho años. Sentarse a comer a la mesa, observar el plato con amor antes de comerlo, disfrutar los rostros de las personas alrededor y preguntarles acerca de su día, se siente como un sueño imposible.

El ejemplo de Jesús

Jesús era un viajero y aunque también tuvo que ayunar e irse lejos para estar con su Padre, hay muchos registros en el Nuevo Testamento de que puso en pausa sus viajes para comer con otros. 

Jesús tenía la misión más importante, una que nadie más en el mundo podría cumplir, sin embargo, Él no se alejó de los demás. Se detenía y nutría su cuerpo al sentarse a la mesa con otros a comer. Incluso la noche antes de ser crucificado se tomó un tiempo para partir el pan con sus discípulos. 

En el evangelio de Marcos (2:13-17) se nos narra que junto con sus discípulos, Jesús fue a comer a casa de Mateo, un cobrador de impuestos, para invitarlo a que lo siguiera. En esos momentos en los que Jesús comía con otros, no solamente estaba nutriendo su cuerpo con alimento, también estaba nutriendo las almas de los que estaban con Él.

Además de buscar nutrirnos en nuestra comunidad cristiana, es vital comer con aquellos que quizá nunca han experimentado un acto de hospitalidad. Compartamos con ellos acerca de Aquel que nos ama sin medida. Demos prioridad a las personas antes que a nuestras ocupaciones, para que ellos también tengan la oportunidad de recibir nutrición para su alma. 

Puede que comer con otros ya sea parte de tu ritmo de vida. Quizá tienes el hábito de sentarte con tu esposo y el resto de tu familia a comer juntos, por lo menos una vez al día. Si es así, ¿cuál es la calidad de la comida? Con esto no me refiero a si las zanahorias están bien cocinadas o si la sopa se sirvió caliente. Más bien ¿cuál es la calidad de su tiempo juntos? 

Puede que también estés acostumbrado a compartir alguna comida con un extraño, un compañero de trabajo, alguna persona nueva en tu iglesia, o un vecino. Pero de nuevo te pregunto, ¿cuál es la calidad de la comida? ¿Estás comprometido con la conversación o estás distraído por las manchas en las tazas? ¿Estás todo el tiempo en la cocina mientras dejas a tus invitados solos en la mesa? ¿O estás pensando en todos los trastes que tienes que lavar una vez que los invitados se vayan?

En Lucas capítulo 10 se nos dice que Jesús fue a casa de Marta y María, que eran hermanas. Durante su visita, María se sentó a los pies de Jesús y lo escuchó. En ese momento María decidió darle más prioridad a estar con Jesús que a servirle. Por otro lado, Marta estaba estresada preparando todo para Jesús e incluso acusó a María por no ayudarla.

“Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo:

—Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude! —Marta, Marta —le contestó Jesús—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará”

(Lucas 10: 40-42). 

En este pasaje podemos ver que María prefirió nutrir su alma al sumergirse en las enseñanzas de Jesús. Cuando tenemos algún invitado en casa o cuando tenemos la intención de compartir el pan con otros, debemos comprometernos a escuchar y a estar presentes, para que se sientan amados y valorados. Estas acciones no solo nutren tu alma, también pueden nutrir el alma de tus invitados. 

Tal vez no te sientas cómodo recibiendo a otros en tu casa o ya vives con muchos familiares y no hay mucho espacio. Aún así, podemos encontrar a Dios en nuestra mesa, en el puesto de tacos de la esquina, en la barra de la cocina, en un restaurante de comida rápida y alrededor de una fogata en medio del bosque. En donde sea que elijamos nutrir nuestro cuerpo Dios se hará presente. 

Mi oración es que sin importar con quien decidas compartir los alimentos, el tiempo que dediques a hacerlo traiga felicidad y satisfacción a tu vida. Le pido a Dios que te nutra en compañía de otros y que reflejes al mundo lo mucho que Dios ha nutrido tu alma por medio de su hijo Jesús. 

Oro por que reflejes las enseñanzas de Jesús y sigas sus pasos de hospitalidad. Le pido a Dios que antes de encontrar el secreto para una maravillosa mezcla, atesores los ingredientes naturales, que aceptes las lágrimas que puede sacarte una cebolla, y que te asombres de todas las formas en las que se puede transformar un elote. 

Oro por que puedas aprovechar todas las habilidades que Dios te ha dado para cocinar, y honremos a los maestros de los que aprendiste. Le pido que sepas priorizar a la comunidad que Dios te ha dado y que experimentes verdadera dicha en el complejo acto de comer.

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